02 mayo 2006

MI PUEBLO

Soy hijo del aluvión, como todos mis amigos. Incluso tengo algunos que son aluvión mismo, pero cuando pusieron los pies en este pueblo grande quedaron adoptados de inmediato y se convirtieron, sin dejar de ser segovianos o vallisoletanos, en madrileños. Este es un pueblo hospitalario, solidario y mestizo, edificado con acentos de todo el mundo, que no se hace pajas mentales sobre pasados neolíticos y que mira al futuro, a esos Juegos Olímpicos que no fueron pero serán. Hoy se celebra la fiesta de nuestra comunidad -nunca he entendido por qué se creó una autonomía en el centro de Castilla, alrededor de una ciudad que tiene calles con nombres de comuneros, pero hay que reconocer que el invento ha funcionado-, una jornada que no se utilizará para que la gente reivindique hechos diferenciales o se atragante con su propia bilis. No. Aquí los paisanos están más bien alegres. Durante estos días de puente -a veces, quedarse cuando la mayoría se va es un lujo- los he visto haciendo el pasillo al maratón, disfrutando del sol y la sombra en el Retiro, esperando turno frente al Museo del Prado, curioseando en las casetas de Recoletos, degustando unas cañas y un bocata de calamares en la Plaza Mayor... Dentro de un par de semanas muchos se reunirán en la pradera de San Isidro, junto a la ermita del santo, a comer tortilla y escuchar chotis de viejos organillos, en paz, no como los del RH negativo que se meten en vena soflamas de lunáticos en las campas de no sé qué patria que nunca existió. Madrileños de 175 países y de 52 provincias españolas que han hecho del Foro un lugar abierto y cosmopolita, dejando atrás a Barcelona, cuya única baza, a día de hoy, es que tiene playa. Tal como temías, Maragall, “Madrid se va”, mientras los políticos como tú y la gente a la que inspiráis seguís buscando la cuadratura del círculo de vuestros ombligos. La voracidad de las minipatrias ha tenido un efecto casi balsámico sobre la capital, que dentro de poco será sólo capital de sí misma para alivio de los que aquí vivimos. Curioso: cuanto menos centralismo, más éxito económico, social y cultural para Madrid. Algo bueno debía tener el disparate periférico.
Así que... para qué discutir. Ni París ni Londres. Madrid.

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