A Frank Rijkaard le dio ayer un ataque de entrenador y estuvo a punto de provocar la derrota de su equipo. Traicionó sus principios, dejó en el banquillo al jugador más en forma del F. C. Barcelona -Iniesta- y sacó a Van Bommel, que firmó un partido mediocre. Por suerte, rectificó tras el descanso y el Barça ganó con justicia la Copa de Europa. El ejemplo del fútbol se puede extrapolar al mundo empresarial, como bien saben los expertos en “management”. Hay libros al respecto, y las escuelas de negocios organizan cursos sobre “coaching” (“coach” = entrenador de un equipo, nexo de unión entre los miembros del grupo, un concepto que se aplica a la formación de directivos). Así que en las compañías también se producen “ataques de entrenador”. Un caso típico: un producto es un éxito incontestable, súper rentable, gusta a los clientes... y, de repente, llega un genio y dice que hay que cambiarlo para darle más empaque, un salto de calidad, y echa al responsable por mostrar su escepticismo. Y la caga. Luego la empresa reacciona “externalizando” el producto para tratar de reflotarlo, lo que supone implícitamente culpar a los trabajadores y no al directivo que tomó la decisión equivocada.
La diferencia es que en el fútbol, tras una racha de malos resultados, el sacrificado suele ser el entrenador, y no los jugadores. Lástima (por las empresas lo digo).
18 mayo 2006
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