No creo en maldiciones bíblicas, ni en condenas eternas, ni soy supersticioso. Nunca hemos brillado en un Mundial, ni derrotado a Francia en competición oficial. Y qué. Nunca habíamos ganado el Mundial de Fórmula 1 y ahí está Fernando Alonso camino del segundo título y dando un baño a sus rivales. Si nuestro destino en las competiciones deportivas estuviera sellado más valdría no comparecer y ahorrar energías. Pero es evidente que, en el caso de la selección de fútbol, hay un problema grave: esa falta de carácter y de malicia a la que me refería en el último post, esa desatención a los pequeños detalles; como ayer, defendiendo en medio campo cuando ganábamos 1-0 y los gabachos no tenían más recursos que lanzar pelotazos a Henry. El por qué nos falta ese plus es un misterio. Observando a Cesc Fábregas retirándose del campo con lágrimas en los ojos me acordé de alguien de su misma quinta, Rafa Nadal, en la final de Roland Garros. La mirada asesina cuando Federer le endosó el 6-1 inicial venía a decir: antes muerto que derrotado. Necesitamos un equipo de alonsos y nadales en “la roja”. Talento e instinto asesino.
Francia no hizo gran cosa. Tirar de oficio, y poco más. En realidad, a los de siempre no les hace falta practicar un gran fútbol para imponerse. Hasta el entrenador de Brasil, Parreira, se pregunta “por qué hay qué jugar bonito”. Pero España -la España de toda la vida, dice un titular de prensa- hizo aún menos: cayó, como siempre, en la trampa reservada a los melancólicos.
28 junio 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario