Galicia es la región de España que mejor conozco después de la mía propia... y puede que más: en los últimos años he visitado más veces la Costa de la Muerte que el Museo del Prado, por poner un ejemplo. Me liga a aquella tierra uno de mis peores pecados: el sentimentalismo. El primer viaje largo “sin padres” lo hice con mis amigos a Galicia hace veinte años: íbamos en un Renault 8 y un Citroën Diane 6 -más conocidos en la pandilla como “el súper 8” y “la cabra”-, con un infiernillo, latas, sacos de dormir, cuatro perras (no teníamos dinero ni para alquilar una tienda de campaña, así que dormíamos al raso), más juventud, más pelo y menos barriga. Fue una experiencia irrepetible, y eso que no ligamos -no porque las gallegas fueran unas estrechas, es que nosotros éramos unos pardillos-.
He propuesto a mis colegas hacer un viajecito “20 aniversario” con otros medios más adecuados a nuestra avanzada edad (avión, paradores nacionales, marisquerías en la rúa do Franco...), pero nuestras agendas están muy apretadas y nuestras mujeres poco dispuestas a dejarnos ir -creen que ahora somos más capaces de ligar que entonces-. En fin. Lo intentaré para las bodas de plata. En estas dos décadas he regresado media docena de veces, unas por trabajo, otras por vacaciones. Cubrí para el periódico las últimas mareas negras (“Mar Egeo” y “Prestige”). Me libré por los pelos este verano de ir a sofocar incendios. Y volveré para la próxima desgracia, que todo se andará...
Porque Galicia siempre está en las páginas de sucesos. Ahora toca inundaciones. Las lluvias torrenciales anegan los pueblos de la ría de Arousa y arrastran las cenizas de agosto. Las playas son barrizales. El marisco se muere. Los heroicos paisanos de siempre (aquellos que doblaban la cerviz para recoger chapapote o salían con las planeadoras al mar para defender su sustento) limpian los arenales y, a los pocos días, una nueva avenida vuelve a dejarlos enfangados. “Estos gallegos no se privan de nada”, le digo conmovido a mi mujer mientras vemos el telediario. Un habitante de Vilagarcía de Arousa se queja amargamente en el portal de su casa, con la crecida hasta las rodillas: “Lo peor de todo es que te asomas a la calle y no ves ayuda de ningún tipo”. Sólo otros vecinos desesperados como él achicando agua. Entonces caigo en la cuenta: “¡Coño, es verdad! ¿Dónde está Anxo? ¿Dónde está Suso?”.
Anxo está muy ocupado aprobando una enmienda para que el “benegé” inste a la Xunta a “adaptar el huso horario gallego a su hora natural, la misma que Portugal, Reino Unido y Canarias”. Lógico. Es lo que más preocupa a los sufridos ciudadanos de la República de Galiza. Eso, y que se use su lengua materna para los documentos mercantiles. La sociedad Galicia Calidade, dependiente de la Consejería de Innovación e Industria (en manos de los “benegés”), ha informado a un proveedor madrileño de que no cobrará hasta que no traduzca las facturas, al tiempo que le recuerda que “el topónimo La Coruña no está aceptado”. El huso y el uso, que no os enteráis, españoles inútiles.
¿Y Suso? Pues a los suyo, impartiendo doctrina. El sábado, en El País, zahería a los intelectuales progres que critican el “cambio político de calado que protagoniza Zapatero”, reaccionando “de un modo radical confundiendo sus posiciones con las de la derecha española”. En su opinión, la ideología de “Estado-nación” le fue suministrada a esa izquierda descarriada por “el régimen de Franco”.
Creo que ningún “prestige”, incendio, inundación o plaga bíblica puede compararse a la amenaza de estos nacionalistas e ideólogos de la estupidez. Debería haber insistido con mis amigos para hacer ese viaje-aniversario este mismo año, antes de que sea demasiado tarde para Galicia... y para nosotros mismos.
La fotografía de arriba, de Miguel Muñiz, realizada en los tiempos del “Prestige”, simboliza la lucha de los gallegos contra el infortunio. Puede verse estos días en la exposición “ABC: Más de un siglo de historia gráfica”, en la Asociación de la Prensa de Madrid.
Pepiño Blanco, ese genio incomprendido, compara España con Estados Unidos para justificar un hipotético cambio de hora en Galicia. “No se rompe España por eso, ni tampoco EE.UU.”
La hora de los tontos, de Ignacio Camacho, en ABC.
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