No hablo de mí, pero podría; por eso sé de lo que hablo.
Has trabajado con honestidad durante largos años, y con esfuerzo y sin lisonjas te has hecho un equipaje y un prestigio en la profesión (más entre la tropa que entre los gerifaltes que, salvo excepciones, no te valoran, simplemente te utilizan para tapar sus deficiencias). Hasta que un mal día te llama la jefa de Personal para decirte que han ascendido a una compañera y que por incompatibilidad deben prescindir de tus servicios (insisto: te lo comunica la jefa de Personal, no tu inmediato y desaparecido superior, a pesar de que está en el ajo; matizo, él ha sido quien te ha puesto el cascabel, pero cuando reaparezca se hará el gilipollas). La oferta suena como si la empresa te estuviera haciendo un favor: ¿Por qué no te vas a casa? Siete palabras que barren de un plumazo las miles que has escrito. En un primer momento no piensas que te están faltando gravemente al respeto; estás aturdido, incrédulo. Piensas: pero si todavía soy joven, esto debe ser un error. Y más: creías que los que quieren firmar tu acta de defunción eran majos... Bueno, lo de la tipa de Recursos Humanos no es personal, sólo son negocios. Lo del tipo con el que despachabas sí que es una traición en toda regla. Así se escribe la historia: podrían llenarse varios libros con la tuya, y al final llega algún mediocre que quiere resumirla en siete palabras.
24 junio 2008
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1 comentario:
La historia me suena. ¿Seré yo mismo el elegido, el aturdido, el defraudado, el mentido, el que se siente enfadado porque le han tratado injustamente, faltado el respeto y menoscabado la profesionalidad? No caben pataletas ni proyectos de venganza, escándalo o denuncia: es tarde para cambiar de forma de ser, caer en la indignidad sería ponerse a la altura de los indignos y darles la razón. Paciencia y barajar. Ignora quien ahora pone a buen recaudo su culo que podría estar cavando su propia tumba.
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