He visto a Manjón en la tele. Gesto fiero, desafiante: sigue obsesionada con la fotografía de las Azores, sigue creyendo que Aznar es el culpable de la muerte de su hijo Daniel. Después de la intervención en el Congreso de los Diputados me aseguró que su protagonismo se acababa ahí. Cambió de opinión, y jamás llegó a acercarse ni de lejos al nivel de aquel discurso memorable. También le han hecho una entrevista a Jesús Ramírez, uno de sus más fieles colaboradores. Le recuerdo bien, siempre fue muy atento con la prensa. Ahora presenta una barba canosa y una tristeza extrema: está convencido de que la depresión es una condena de por vida. Las víctimas del 11-M, las víctimas del terrorismo en general, merecen toda nuestra solidaridad y compasión. También Manjón, tan equivocada en la dirección de los dardos de su odio. Siempre me he preguntado si los muertos no preferirían que sus vivos siguieran adelante, que escaparan de la espiral autodestructiva. Me temo que ningún consuelo espera a los profesionales del dolor.
Cuarto aniversario de los atentados. La crispada legislatura del 11-M ha llegado a su fin. Me confieso: siento agujetas. Me gustaría que desaparecieran, soltar lastre, escribir menos de Zapatero, Rajoy y de la España de Chikilicuatre, mirar hacia el futuro... sin apagar las velas de los que se fueron.
11 marzo 2008
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