03 marzo 2008
EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS
Ha caído en mis manos el best seller "El niño con el pijama de rayas", del autor irlandés John Boyne, que tiene dos virtudes: nos recuerda el holocausto y se lee en dos sentadas. Como en las películas de crímenes y misterio la recomendación más común con este libro es no dar pistas sobre su argumento, cuando en realidad uno descubre enseguida que el asesino es el mayordomo. Aunque no revelaré el final, quien no desee saber nada de la trama que no siga leyendo. El protagonista, Bruno, es hijo de un comandante nazi destinado en el campo de concentración de Auschwitz. Vive con su familia junto a la alambrada y desde la ventana de su habitación ve a hombres y niños con pijama de rayas. De forma casual entra en contacto con uno de esos pequeños prisioneros y surge la amistad entre ellos. Contemplar el horror a través de la mirada ingenua de Bruno se presenta, en teoría, como el gran hallazgo de la novela, pero es ahí donde hace aguas. Tengo una hija de la misma edad que el protagonista (9 años) y no me creo que en su situación no se diera cuenta de la tragedia que se desarrolla al otro lado de la alambrada. Bruno, más que un ingenuo, es un ignorante, y esta cualidad es llevada al extremo en el último capítulo, lo cual no deja de ser una frivolidad dada la gravedad del asunto. Pero "El niño con el pijama de rayas" conmoverá a muchos lectores, será llevado al cine, hará rico a su autor (que no se ha roto la cabeza precisamente) y, gracias a su tono candoroso, podría abrir los ojos a los miembros del benegé que hace poco se negaron a condenar el holocausto.
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1 comentario:
Por una patochada similar le dieron el oscar a un italiano de cuyo nombre no quiero acordarme (ni del italiano ni de la película, en la que un crío se lo pasaba en grande en el "juego" que montaba su padre en un campo de concentración). Recuerdo todavía la cara que me puso mi novieta de entonces, que salió encantada, cuando le expliqué lo triste que me pareció frivolizar de esa forma con aquella tragedia de sus conocidas dimensiones. La chica, además de monísima y bajita, era inteligente: "Joé, qué razón tienes". Desde entonces, le cogió la misma tirria que yo al italiano oscarizado.
Saludos, alcalde, hacía tiempo que no pasaba por aquí, y no veas la de cosas que veo que me he perdido.
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