
Mención aparte merece el trabajo de Javier Bardem, ganador del Oscar al mejor actor de reparto. Absolutamente espectacular. He escuchado a algún crítico restarle méritos (que si es un personaje hierático, que ponerse en la piel de un asesino múltiple no es tan complicado...) cuando borda una interpretación llena de matices, de locura, de ironía. Lo cortés no quita lo valiente: no me gusta el papel público de Bardem (si juegas a la política tienes el derecho a sacudir, pero también el deber de encajar... deportivamente en ambos casos, cosa que no hace; y ese corporativismo victimista sugiere que aún estamos en una dictadura, cuando la realidad es que los cómicos, periodistas y otros profesionales trabajamos en libertad en España desde hace más de tres décadas). Además, con su activismo corre el peligro de que personajes absolutamente impresentables como Pepiño Blanco lo utilicen de forma despreciable ("¿Y ahora, qué? ¿Serán estúpidos los miembros de la Academia de cine de Hollywood? ¿Los habrá untado Zapatero?", escribe Pepiño en su blog. "Hoy, más de un bocazas tendría que reflexionar (...). Javier Bardem (...) es un ejemplo de la España del triunfo y de la España que ven un gran número de españoles menos Rajoy, Acebes, Zaplana y muchos de sus acólitos mediáticos, para quienes este actor es un mantenido del Gobierno del PSOE, un pancartero y no sé cuántas cosas más"). El probablemente mejor actor español de la historia no se merece defensores como estos.
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