12 enero 2007

EL VIDEOJUEGO QUE MATÓ A LA MASCOTA DE CARNE Y HUESO














Paisaje de Reyes en el parque: docenas de niños embizcados con la Nintendo. Las mías no iban a ser menos. Se han pedido la consola con un juego de perritos: los compras, los alimentas, los lavas, los paseas, los adiestras, los presentas a concursos... Han elegido un cachorrito de labrador que acude cuando lo llamas, acercando el hocico a la pantalla. Lo puedes acariciar con un lápiz óptico y el chucho se retuerce de placer. Tremendo. Las hijas de una compañera también han adoptado una mascota de éstas, y la han llamado igual que su can de verdad, “Nala”. Cuenta mi compañera que están que no mean con la perrita virtual, y que cuando le dicen, por ejemplo, “Nala, siéntate”, la de carne y hueso también obedece la orden y las mira y remira y da saltitos a su alrededor para ver si le hacen caso, la pobre. Lo lleva claro.
El escapismo adquiere una nueva dimensión con las nuevas tecnologías. Antes le echabas imaginación leyendo tebeos o clásicos de la literatura fantástica y ahora la industria del entretenimiento te tienta con una vida en píxeles. Pero no se trata de simple ocio, es un paso (o dos) más allá, porque hay quien se toma más en serio su vida en Matrix que en el planeta Tierra. Empiezas con un perrito virtual y acabas en la ilusión colectiva de Second Life.

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