23 enero 2007

ALCORCÓN

Tengo familiares que viven en un barrio obrero de Madrid. Son de izquierdas y suelen votar a esos progres que han pasado de la pegatina al BOE sin tiempo para aclimatarse: políticos que viven en barrios residenciales, llevan a sus hijos a colegios privados y están tan alejados de la realidad de sus votantes que hasta la niegan. Como ha ocurrido en Alcorcón. "El País" despacha el problema llamándolo "brote racista". El racismo es una de las grandes coartadas de esta progresía que ha inventado la "alianza de civilizaciones" y la "educación para la ciudadanía". Hay bronca con los inmigrantes, ergo somos racistas. Con una única palabra resuelven un problema complejo que se alimenta de la permisividad, la pérdida de valores y el matonismo. Alcorcón es una coctelera donde se han mezclado bandas ("Latin Kings", "Ñetas"), ultras, antisistema y violentos de toda clase y condición que acuden a pescar en río revuelto. Y también la punta del iceberg. Mientras nos la cogemos con papel de fumar hay delincuentes juveniles que cobran peaje a los ciudadanos para poder disfrutar de una cancha de fútbol. ¿Respuesta de las autoridades? Tolerancia y diálogo.
Mis parientes no son racistas, pero en su barrio, cuarenta años después de su llegada, hay gente -inmigrante o no- que ha puesto un altísimo precio a la convivencia. Sus nietas no pueden jugar en el parque porque hay chavales fumando porros y pintando grafitis; junto al portal de su casa hay un bareto donde se trapichea con droga. Puede que algún día todo salte por los aires. Y llegarán los progres ricos y llamarán xenófobos a los pobres vecinos.

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