26 septiembre 2008

PERIODISMO Y CRACK BURSÁTIL

Nuestros ancestros eran mejores que nosotros. No es necesario compararse con los grandes (Azorín, Camba, González-Ruano) que, evidentemente, jugaban en otra liga, sino con periodistas "corrientes" que hacían gala de un oficio que ya quisiéramos la inmensa mayoría de los que ejercemos en la actualidad. Lo descubrí en 2003 cuando recuperé viejas crónicas para unas páginas especiales del Centenario de ABC, y lo confirmo ahora, cada viernes, cuando edito la sección "Así lo contó ABC" del suplemento D7. Hoy, por ejemplo, he leído a un tal Juan Pujol, que se marcó un texto impecable durante el crack bursátil del 29, con reflexiones que tienen plena vigencia hoy en día.

El tipo tira de manual y empieza con una anécdota buenísima: el drama que se desarrolló en un transatlántico procedente de Nueva York con rumbo al Havre, "lleno de yanquis, que embarcaron ricos y se encontraron empobrecidos al llegar al puerto francés. Los radiogramas les fueron anunciando durante los tres días últimos de la travesía el pánico de la Bolsa neoyorquina, y por minutos el desmoronamiento de sus respectivas fortunas. Las damas, cubiertas de brillantes, sollozaban desesperadas. El médico de a bordo no bastaba para administrar los antiespasmódicos. Los hombres, que al entrar en el barco imponían por su prestancia y su impasibilidad señorial, perdida la compostura se interpelaban a gritos, se agrupaban pálidos o apopléticos ante la cabina de la telegrafía sin hilos, luchando por enviar sus órdenes e instrucciones, o se dejaban caer anonadados y sombríos en las butacas, atónitos ante la tragedia que se estaba desarrollando a miles de kilómetros, y de la que iban teniendo noticia detallada, como si asistieran desde lejos, impotentes para remediarlo, a un incendio en que se estuviera convirtiendo en pavesas su caudal".

Y añade un análisis con irónicas cargas de profundidad: "Esta opulenta mesocracia norteamericana, que abruma un tanto a Europa con su actitud, procede habitualmente con el criterio del jugador ganancioso, que obtiene el dinero sin pena y lo gasta, por lo mismo, con facilidad. Pero la riqueza yanqui, que a los europeos viene a favorecernos y a humillarnos a la vez, ¿no es en gran parte producto de juego? Así resulta, aunque parezca extraño. Porque no hay como las naciones puritanas para hacer acomodaticia la moral. (...) Moralmente no se ve en qué difiere el móvil de quien compra y vende títulos representativos de industrias o negocios que desconoce, del que anima a un modesto burgués que se procura un billete de lotería o a un hidalgo que apunta un duro a una sota. Sólo que en una nación puritana no hay loterías ni garitos. La gente puede jugarse sus ahorros, y a veces los ajenos, pero decorosamente, esto es, dando a las que no son más que operaciones de tapete verde la apariencia y las garantías jurídicas de una transacción mercantil. Y así se comprende lo que ha sido la catástrofe bursátil de Nueva York. (...) En los EE.UU. los títulos no se compraban ni vendían en atención a la prosperidad de los negocios que representaban, sino en espera de que, acrecentándose el número de jugadores, la demanda fuera mayor y cada comprador pudiera vender sus títulos con beneficio. O sea, que cada uno pensaba soltarle el mochuelo a su sucesor. Pero desde el instante en que las cotizaciones perdieron de vista la productividad de los títulos, ya se estaba en plena inmoralidad. No se negociaba sobre valores reales, sino sobre esperanzas y sobre ilusiones, por no decir sobre mentiras (...). Hasta que los últimos compradores, en un momento de lucidez, se han dado cuenta de que habían pagado por los títulos infinitamente más de lo que valían. Esa lucidez probablemente ha coincidido con la certidumbre de que, por su parte, ya no encontraban a quienes engañar. Puede imaginarse su estado de ánimo como parecido al de quien —acabado de separarse del filántropo callejero que, a cambio de unos centenares de pesetas, le ha entregado un sobre aparentemente lleno de billetes de Banco— comprueba que en el sobre no hay más que recortes de papel".

No creo que se pueda contar algo mejor y más claro.

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