20 septiembre 2008

LOS SUSTANCIEROS

Estupor es la palabra. O sea que García Lorca es todos los muertos. La decisión de la familia de permitir que se abra la fosa común en la que sus asesinos enterraron al poeta alienta, según El País, un nuevo debate: ¿Qué hacer con los restos? Intelectuales, escritores e historiadores opinan. Francisco Ayala es "partidario de no tocarle". Javier Marías teme que cualquier traslado "atraería a políticos a una romería que convertiría aquello en una industria turística político-cultural. Me parece una falta de respeto". Mi admirado Muñoz Molina, lástima, se descuelga con una mamarrachada: "¿Hasta qué punto la autoridad máxima es la familia, con todos mis respetos? Pues los restos de Lorca no son los de un hombre en su ámbito privado, aquí se mezcla lo privado con lo público, y García Lorca es lo más universal que tenemos. Eso es algo que no pueden eludir ni la familia ni el público". Ian Gibson señala que "no es bueno ni para la familia ni para la historia no tener la certeza de dónde está. No hay razón para que no se abran las tumbas". Saramago (que no deja un charco sin pisar) tercia en la polémica: las razones de "decoro social" no bastan para evitar la exhumación. En su opinión, "era inevitable" que meter el pico y la pala en el barranco de Víznar (Granada) se convirtiera en un "auténtico imperativo nacional". No descarto que El País abra una encuesta entre sus lectores. Al fin y al cabo, el esqueleto de Lorca nos pertenece a todos.
Me viene a la cabeza una palabra en peligro de extinción, sustanciero, que es casi un relato en sí misma. Se utilizaba para dar nombre a la persona que pasaba por las casas con un hueso de jamón que era alquilado para dar "sustancia" al caldo o a lo que se estuviera preparando para comer. Cómo estaría la cosa por España en ese tiempo... Y cómo está ahora. Sustancieros me parecen todos los obsesionados con pasear los huesos de Lorca: quieren dar "sustancia" al caldo añejo de las dos Españas. Me imagino al poeta en ese paisaje de ultratumba que imaginó Tim Burton en "La novia cadáver", un mundo de colorines que contrasta con el mundo gris y triste de los vivos. La mayor venganza contra los asesinos no es rescatar una calavera, sino la inmortalidad de unos versos.

Oigan, por si me hago famoso y tengo un mal fin, aquí una petición de mi testamento vital: no me desentierren, por favor.

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