El mar como un plato, el cielo como la panza de un burro, las horas cayendo en un cesto, los fulmares escoltando el barco… y, de repente, tras doblar un acantilado, todo cambia: se levanta un fuerte viento y nos vemos cabalgando las olas bajo una nube de alcatraces, despeinados, descosidos y nerviosos, disparando a las rocas, al faro, a las espumas, a las aves, “por Dios, que esto es la apertura”, resbalamos, nos tumbamos en el suelo de la cubierta, cambiamos los objetivos de las cámaras, “déjame sitio para el titular”. Algunos pasajeros echan la mascada por la borda. Un págalo persigue a un alcatraz y le obliga a soltar los peces que llevaba en el pico. Los frailecillos huyen corriendo sobre las aguas dejando un rastro de chapoteos. Al cabo de un rato se acaba el subidón, vuelve la calma, pero nace la duda: ¿podremos explicar esto con imágenes y palabras?
Foto: Miguel Berrocal
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