Dice la entradilla: A punto de cumplirse el aniversario, Crónica regresa a Praia da Luz y contempla cómo policías lusos e ingleses se preocupan más de su guerra íntima que de buscar a la niña. Los portugueses insisten: está muerta, y los McCann, implicados. Los británicos aún la creen viva.
Dice el texto: "No podemos perder nunca nuestra intuición de policías, cojones. Tenemos que seguir siendo mañosos... no somos noruegos, ni finlandeses, cojones. Somos portugas, y la bofia portuga se revuelve, improvisa, se fía de la intuición, se ayuda de los CSI, eso es cierto, pero también podemos andar por ahí como angelitos con batitas blancas, debidamente esterilizados, engominados y comiendo hojitas de lechuga porque son más saludables. La malta fuma, le gusta comer y beber unas copas". Así arenga el chefe Joao Tavares, desde el asiento acompañante del Ford Focus, al inspector Francisco Meireles. Son bofia. Son malta. Son policía portuguesa. Cuando esta conversación ocurre, hace ya cinco meses que desapareció Madeleine McCann del apartamento de sus padres en la localidad algarvenha de Praia da Luz. Desde aquella noche del 3 de mayo en que esfumaron a la niña, hacen ese viaje desde Portimao a Luz con asiduidad. De noche. Tantas veces lo han hecho en estos cinco meses que Meireles podría apartar las manos del volante, porque el Ford Focus ya se tiene que saber los 21 kilómetros de memoria. Si no se lo sabe de memoria, es que el Ford Focus es también un portuga, un malta. Esa noche, Tavares está cabreado, y por eso ha querido volver. Es la noche del 2 de octubre de 2007 y esa tarde han apartado de la investigación a su jefe, Gonçalo Amaral. Lo han apartado, según él, por culpa de esos ingleses que comen lechuga y que intentan proteger a los McCann: porque Amaral, Tavares, Meireles y todo el grupo de la Polícia Judiciária de Portimao están convecidos de que el matrimonio es culpable de la desaparición de su niña. Y de que han conseguido ocultarlo gracias a las influencias de alto nivel de que los McCann gozan en el Gobierno británico.
Y continúa: 23 de abril de 2008. El periodista aparca el coche en el mismo lugar donde Tavares y Meireles esperaban: "A ver si la niña muerta nos dice algo". La niña sigue callada... La cancela del apartamento 5-A de la Rua Françisco Gentil Martins está cerrada con un candado cutre, por si aún hay curiosos o peregrinos hacia el misterio insepulto de la Virgen Madeleine (...).
Un arranque vibrante que bien podrían firmar Tom Wolfe y Norman Mailer. Personalmente creo que, en los reportajes de sucesos, es bueno subir al lector en una montaña rusa desde el principio... aunque en este caso concreto hay un pequeño problema: los inspectores Tavares y Meireles que menciona Aníbal Malvar son personajes ficticios de un libro titulado "A Estrela de Madeleine", de Paulo Pereira Cristóvão, y las frases están copiadas literalmente de la novela.
Arcadi Espada, en su blog El Mundo por dentro, publica hoy la justificación de Malvar: Impericia, nada más que impericia, seguramente provocada por el cansancio. Tenía poco tiempo y había que cerrar la página. Mencioné el libro de Cristóvão, pero es cierto que la mención estaba muy lejos de las citas y que no vinculé expresamente el libro con las citas. Poco más puedo decir, salvo que no he querido ofender a nadie, y menos a la policía portuguesa. Técnicamente... impericia, lo repito. Mis disculpas.
"El periódico debate la posibilidad de que la ficción sea una impericia", titula Arcadi con ironía.
En realidad sería como debatir sobre el periodismo con denominación de origen Pedro Jota.
Más detalles sobre estos plagios y mentiras, aquí.
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