Edurne Uriarte publica hoy una desafortunada columna en la contraportada de ABC. Bajo el título "Gloria suicida", la articulista compara dos sucesos: una competición entre escolares en el patio de un colegio para ver quién resistía más tiempo con una toalla apretada en el cuello (el niño que ganó acabó en el hospital) y la muerte de un montañero en la cima de una montaña. Como para Uriarte el fallecido no tiene nombre, lo recuerdo aquí: Iñaki Ochoa de Olza, que descansa para siempre en el Annapurna. Por cierto, algún periódico de tirada nacional no se enteró (o no quiso enterarse) de la agonía del alpinista ni de los intentos desesperados por rescatarle (como hay quien piensa que esto no es un deporte, las noticias relacionadas quedan al margen de las previsiones del día). Uriarte recuerda que "la sociedad se echó las manos a la cabeza" con el caso de los niños, pero no con el del montañero. "Me cuesta entender la frontera entre la insensatez, el absurdo, el salto al vacío y la gloria suicida de tantas y tantas actividades promocionadas masivamente por la sociedad biempensante", escribe. "Entre el irracional coqueteo con la muerte de unos niños y el enfrentamiento con los límites de la naturaleza y de la razón de unos adultos que quizá sigan siendo niños. Aunque lo llamen perfeccionismo, superación o dominio de la naturaleza".
Reinhold Messner, probablemente el mejor alpinista de todos los tiempos, me dijo una vez que su mayor logro era "seguir vivo" y que el "viaje interior" que ha experimentado en las cumbres es más importante que la hazaña deportiva. Chus Lago, la primera española en hollar el Everest sin ayuda de oxígeno adicional, me habló de "experiencia mística". Por ahí van los tiros y no por el espectáculo, como sugiere Uriarte. No hay focos a 8.850 metros. Conozco a montañeros, como el abulense Miguel Ángel Vidal, que se dieron la vuelta cuando estaban a escasos cien metros del techo del mundo porque la prudencia así lo aconsejaba. Miguel Ángel aun persigue su sueño. Darío Rodríguez, director de "Desnivel", dice que en la montaña ha encontrado "auténticos catedráticos de la vida". Tipos que dan lecciones de humanidad, sacrificio, solidaridad y liderazgo. Lo acaban de demostrar los que hicieron lo imposible por salvar la vida a Iñaki Ochoa. La montaña ha inspirado, además, grandes piezas literarias. Eso debería saberlo Uriarte. O no. Debería al menos escuchar a su tocaya Edurne Pasabán (diez ochomiles en su haber), que es cualquier cosa menos una suicida, que ama la vida con pasión.
La historia del hombre es la historia de la superación; así vencimos enfermedades, llegamos a la Luna y soñamos con ir más allá. La única fascinación por la gloria suicida que conozco es la de los aficionados a José Tomás. Los montañeros, me parece, no son niños con una toalla al cuello.
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2 comentarios:
De acuerdo en todo y nada de acuerdo con la señora Uriarte.Lamentable y muy doloroso para la familia de Iñaki y para los que amamos a la montaña
Glorioso, querido amigo. Ya quisiera la egregia Uriarte rozar con sus manos de manicura la humildad y el coraje de cualquiera de esos hombres y mujeres. Jamás hollaré un ochomil para mi desgracia, pero cada vez que alguien lo consigue me siento más cerca del infinito.
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