“He sido fiel a mi palabra” (José Luis Rodríguez Zapatero).
El hombre que ha regido los destinos de este país durante los últimos cuatro años mezcló en una coctelera dos de sus mantras (“Merecemos un Gobierno que no nos mienta” y “Paz, paz, paz”) y el resultado final ha sido una gran mentira. Después del atentado de la T-4 Zapatero siguió dialogando con ETA (no entro en fatigosas excusas, como lo de la recomendación de “instancias internacionales” para continuar en la brecha), aunque negó la evidencia más veces que San Pedro a Jesucristo. Ahora ha reconocido que hubo esos contactos en una entrevista-río con Pedro Jota, ocho horas de tortura mutua según la propaganda. Al mentiroso confeso no le sube el pulso de 60, y a los habitantes del matrix progre tampoco: ya conocemos su superioridad moral. Zeta pone así broche de oro a la peor legislatura de la democracia, la más crispada (a él le corresponde gran parte de culpa), la del cordón sanitario a media España, la del Estatut y el regreso de ETA a las instituciones. Un tipo sin ideología conocida, más allá del talante y el buenismo que le han servido de escudo para tapar su gigantesca mediocridad, ha reivindicado el fantasma de la II República por encima del espíritu de la Transición, ha creado problemas donde no los había y sólo ha acertado en sus escasas rectificaciones. Como el PSOE ha apostado por un perfil presidencialista más que por los equipos y las ideas, lo que es un milagro no es que Rajoy esté en disposición de disputarle a Zapatero el partido, sino que el propio presidente pueda repetir victoria. Será porque, como dice hoy Ignacio Camacho en ABC, en realidad sí merecemos un Gobierno que nos mienta.
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