05 octubre 2006

EL PATIO DE MONIPODIO

Me hice periodista porque me gusta contar historias, pero cada vez que me asomo al patio de mi profesión me sonrojo. Un compañero blogero me pasa esta frase: “Los periódicos, ya se sabe, no cuentan las cosas como son, ni como creen que son, sino como ellos quieren que sean” (Gumersindo Lafuente, ex director de elmundo.es, depurado por Pedrojota este verano). Ayer, tras chutarme mi dosis diaria de series (tocaba capítulo doble de “Perdidos”), cometí el error de quedarme a ver el comienzo de ese programa surrealista de antidebate que se llama “59 segundos”. Pedrojota y Ernesto Ekaizer se estaban dando estopa a cuenta de la “teoría de la conspiración”, el ácido bórico, los peritos y el hombre que veía amanecer. Había más contertulios, todos contra el director de El Mundo -que, naturalmente, estaba en su salsa-, pero la bronca fuerte fue con Ekaizer, otro intoxicador de manual sea dicho de paso. Aquello parecía un patio de Monipodio; en realidad, nuestra profesión se está convirtiendo en un lugar de reunión de rufianes que se tiran la mierda encima y luego pasan por caja. Porque el odio es rentable (para los primeros espadas, no para los redactores de a pie, a los que por cierto nos exigen ir a las cruzadas con firma y sin armadura). Entre los más dañinos están esos aprendices de Hearst que piensan que la historia no puede explicarse sin ellos, o peor, que tienen el poder para cambiarla a su antojo. No sé si la audiencia está estupefacta o disfruta con el “salsa rosa mediático-político”; habrá de todo, aunque si hay crisis en el sector no creo que sea sólo por internet y los gratuitos. Yo, en mi vertiente de lector, he dejado de comprar prensa los fines de semana. Los periodistas somos noticia no por hacer bien nuestro trabajo, sino por contribuir a este clima moral irrespirable. A falta de imaginación, vendamos el producto con insultos, promociones e invenciones. Esto último ya se hacía en tiempos del Titanic.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me cuentan que han escuchado esta mañana al gallo de madrugada, a ese cantamañanas que al alba cacarea con fuerza machacona y cansina para sacar de sus tibios sueños a esos pocos que aún gustan, para no centrarse en nada, de la algarabía de gallinero, cloquear mansamente.
Es costumbre de este ave la de que todas las mañanas, subido a ese palo de gallinero decorado para la ocasión, desde antes de apuntar el alba, comenzar su faramalla maniqueista y tontorrona para que los que desaciertan a pasar por ahí, e incluso para unos cuantos adictos a la morfina piante, le escuchen y queden completamente estupefactos con lo que oyen.
Parece ser que a este pájaro de corral se la ha calentado el pico (no se sabe si por el enardecimiento que le suscita el cacareo némine discrepante del resto del corralito, o por el exceso de alas y alpiste que le ha dado la presidenta de la comunidad de granjeros que, queriendole utilizar de reclamo, le ha mandado vociferante a cacarear sus encantos y éste, que ha pensado más en su buche que en el de la presidenta, a olvidado para lo que está dadivado) y se ha liado, en su desmedida locura, a dar graznidos que más espantan a la clientela que la llama a generala.
Este pobre gallo de vuelo corto y pesado, quizá por verse alado y con pluma, se cree el mismo Dios venido de los santos y juzga, desde el excrementado palo gallinero de su garabito, a todo lo que se mueve y respira en el mundo real y en el imaginario que recrea. Y en ese ardor pátrio por su negocio se le ha calentado el gaznate de tal manera que se ha liado a dar picotados a diestra y siniestra, o sea, a propicios y excamaradas, sin importarle quién caiga en la refriega con tal de quedar él para seguir piandolas. Y la presidenta, que se ha enterado de la bulla, ha venido quitando plumas a cortarle los espolones y le ha dicho que hasta el pico va a perder si sigue haciendo ostentacion de su estupidez aunque hable para tontos.
El pobre, me cuentan, esta mañana no podía, asustado como estaba, soltar ni un quiquiriquí y se le ha ido todo el tiempo en cloquear nervioso. ¿Será que la presidenta le ha cortado algo más que los espolones?
Su actitud corresponde a la de haber puesto un huevo. Tiemblo al pensar que saldrá de ahí. ¿Volveremos al jurásico?