La fachada de ladrillo con puertas estrechísimas y las vetustas gradas de Craven Cottage nos retrotraen a la época victoriana, cuando los inventores del fútbol fundaron clubes en las barriadas de Londres alrededor de unas pintas en sus pubs favoritos.
La estación de Putney Bridge llega a un Londres alejado de los tópicos que persiguen los turistas. Aquí está el Támesis, pero no es el Támesis que pasa junto a las Casas del Parlamento, sino un río más prosaico con barcazas que transportan áridos y otros materiales. Hay un puente, pero no es el monumental Tower Bridge, sino el Putney, que conduce a las afueras de la capital. También hay un parque, pero no es Hyde Park, sino Bishop's Park, y existe un monumento en memoria de los milicianos ingleses que participaron en la guerra civil española; a través de sus senderos donde señoras sonrosadas pasean perritos falderos y chicas de traseros gordos hacen footing se llega a Craven Cottage, el estadio del equipo profesional de fútbol más antiguo de Londres, el modesto Fulham.
El Fulham St. Andrew's Church Sunday School F. C. fue fundado por devotos de la Iglesia de Inglaterra en 1879, sólo dieciséis años después de la mítica reunión en la Freemason's Tavern, en el centro de Londres, donde representantes de diversas escuelas de fútbol establecieron las reglas del «deporte rey». En 1888 se cambió el nombre del club por el actual. Craven Cottage, con su fachada de ladrillo, sus estrechas puertas y su vetusto graderío nos retrotrae a los tiempos de la revolución industrial, cuando el fútbol era más deporte que negocio multimillonario. Esta instalación con capacidad para 25.700 espectadores, enclavada en un barrio residencial de casitas bajas, tiene poco que ver con las sedes del Chelsea y el Arsenal, y la tienda oficial del finalista de la Europa League es más pequeña que las megastores de las dos superpotencias londinenses. Apartado de la ruta futbolera que siguen aficionados de medio mundo para comprar camisetas y demás mercadotecnia, el territorio Fulham tiene un sabor más añejo y sentimental.
Su palmarés se resume en una Copa Intertoto ganada al Bolonia en 2002. En 1975 llegó a la final de la FA Cup —la Copa de Inglaterra—, pero fue derrotado por el West Ham United. El orgullo de The Whites, en cambio, no se discute por estos pagos, a pesar de las vitrinas vacías de títulos y de las sucesivas visitas a las categorías inferiores. Han pasado 24 temporadas en la división de honor, la mayoría en las décadas de 1960 y de 2000. En los escaparates de las librerías de viejo del distrito de Hammersmith y Fulham se ven volúmenes que cuentan la historia de la entidad y pósters de Johnny Haynes, el ídolo de siempre, que defendió los colores del club de 1952 a 1970 y fue capitán de la selección inglesa. Apodado «el Maestro», su escultura preside la entrada principal al estadio y una de las gradas lleva su nombre.
Otro clásico, George Cohen, ganó el Mundial de 1966 con aquel equipo donde jugaba Bobby Charlton y que se enfrentó en la final a la Alemania de Franz Beckenbauer. Aquí consideran un hecho probado que «Inglaterra nunca ha ganado la Copa del Mundo sin la contribución de un futbolista del Fulham». Mohamed Al Fayed rescató al club en 1997 tras una época de oscuridad. En 2001 se instaló en la élite de la Premier. Hace dos campañas se salvó por los pelos del descenso: los supporters llamaron aquel milagro «The great escape». Ahora este histórico busca hacer historia a costa del Atleti.
Fotos: Jordi Romeu
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