11 abril 2010
BURLANDO A LA PARCA
Tengo dos amigos de la misma quinta, a punto de cumplir los 60, cuyas agendas viajeras revientan por las costuras. El otro día le comenté este hecho al coordinador de Viajes de ABC. Barajamos varias posibilidades, entre ellas la típica de que "sus mujeres no les soportan en casa", para explicar este afán por no deshacer la maleta, hasta que llegamos a la conclusión definitiva. Ya se lo señaló Patti Scialfa a su marido, Bruce Springsteen, para explicar la hiperactividad del rockero estos tiempos: "Pareces un maniaco, huyendo como un loco de, déjame pensar, ¿la muerte?". Y el también sesentón le contestó: "Es divertido decirlo, pero... ¡tengo fecha de caducidad!". O sea, que mis colegas están burlando a la Parca, título que tomo prestado de la novela de Josh Bazell, una mezcla desternillante de House y Los Soprano que me regaló Alfonso Armada y que recomiendo desde aquí. Particularmente creo que burlamos a la Parca desde el momento en que salimos del vientre materno e inspiramos por primera vez, aunque no seamos conscientes hasta que tenemos hijos. Porque, ¿qué otra explicación tiene lo de echar críos al mundo? La muerte nos ronda y la inmortalidad dura mientras nos recuerdan. Supongo que el agobio crece cuando doblamos el mapa, algo que sin duda los cuarentones hemos hecho ya. Para colmo hay otra muerte, la civil que precede a la natural, que las empresas quieren acelerar para sustituirnos por jóvenes que se creen suficientemente preparados porque se tragan lo que les cuentan de ellos y de nosotros. Así que, después de todo, no es mala idea tener siempre el equipaje preparado. Como escribió el poeta japonés Matsuo Basho, "todos los días son viaje". Y como dijo Javier Jayme, uno de esos amigos viajeros, mientras ascendíamos el Kilimanjaro: "La vida es esto. Esto me llevo. Me parece increíble estar aquí, y ahora mismo no querría estar en otro lugar". Creo que aquel día a la Parca le entró mal de altura.
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1 comentario:
Es cierto, nos enseñan a vivir esquivando la muerte aun sin ser esta una perseguidora nuestra. Simplemente un día, como cualquier otro de los que haya sucedido anteriormente, te la cruzas y cuando decidas saludarla, te dará un apretón de manos y te invitará a su casa...
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