Quiero los Juegos Olímpicos para Madrid porque soy madrileño, periodista y amo el deporte.
Un evento de estas características cambia no sólo la faz, sino la historia de una ciudad. Al menos durante quince días de agosto nos olvidaríamos de la famosa frase que el actor Danny de Vito le dijo en 2001 al entonces alcalde, José María Álvarez del Manzano, refiriéndose a las obras de nunca acabar ("¡Qué hermoso es Madrid! Cuando encuentren el tesoro, avísenme").
Genera una avalancha de información, de historias que contar, así que animaría a nuestra alicaída profesión. Puede que los cincuentones de 2016 sobreviviéramos durante un tiempo a las jóvenes y baratas promociones.
Abre el telón para una representación única de héroes y emociones. En Barcelona 92 fui un "quedado especial". Ahora trataría de montármelo de otra manera.
Hay gente que desea lo contrario. ERC, algún tertuliano sobrado y los enemigos de Gallardón, incluyendo los sufridos ciudadanos que están hartos de zanjas e impuestos. Estos días abundan los análisis que explican el fracaso "cantado": Londres nos precede, así que no toca Europa; Río de Janeiro representa a la pujante Brasil y a toda Suramérica, que siempre quedó al margen; y el mesías ha anunciado su presencia en Copenhague para apoyar a Chicago.
Sorprende que en la decisión para nombrar a la ciudad organizadora del acontecimiento deportivo más importante del mundo el "factor deporte" sea casi residual. El proyecto de Madrid es el que tiene más fundamento, pero se ve que la virtualidad o el menor apoyo popular de sus rivales no son decisivos. La geopolítica decidirá el asunto: los amigos de Obama contra los amigos de Juan Carlos I, con Lula de peligroso outsider. Ya lo ha dicho Michelle: "La guerra está declarada".
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