18 junio 2010

EL SÍNDROME NARANJITO

Todos tenemos en casa un pequeño museo de los horrores con objetos que un día nos hicieron desdichados. El ser humano se regodea en la autoflagelación. Dios sabrá por qué. Piezas de esa colección pueden ser los poemas escritos a un primer amor que pasó olímpicamente de nosotros, las notas con los suspensos académicos cosechados en la edad del pavo... o una entrada del Mundial 82, concretamente del partido Irlanda del Norte-Austria (que debió ser España-Austria si se hubiese cumplido un pronóstico firmado por Nostradamus en persona), boleto que no pudo revenderse a mitad de precio después de varias horas al sol a las puertas del Vicente Calderón y que quedó virgen para los restos, porque asistir al partidito de marras hubiera supuesto un castigo demasiado cruel.
Por culpa de aquella experiencia mundialista algunos acabamos presos del “síndrome Naranjito”, enfermedad que brota cada cuatro años y cuyos síntomas más reconocibles son: Euforia (¡Somos los mejores! ¿Candidatos? ¡Favoritos!). Negación (No es posible... ¿Suiza? ¡Que repitan el partido!). Ira (¡La culpa la tienen el árbitro, Zapatero, Sara Carbonero, el tiqui-taca y Luis Aragonés!). Negociación (No pasa nada, si le metemos siete a Honduras y Chile gana a Suiza y luego nosotros a los chilenos, igual todavía eludimos a Brasil en octavos...). Depresión (¿Quién diablos cubría a ese hondureño? Pero... ¿por qué nos tiene que pasar esto a nosotros y no a los italianos?). Y aceptación: el álbum de cromos que hemos logrado completar con paciencia y una insultante inversión de pasta, ya que en cada sobre salían dos o tres estampitas repetidas, entra a formar parte de nuestro pequeño museo de los horrores.

No hay comentarios: