14 junio 2010

APOCALÍPTICOS E INTEGRADOS


Escena doméstica de hace un par de meses. Un tipo negocia con su contraria las fechas de las vacaciones de verano. “Cuando quieras y donde quieras... pero nunca antes del 11 de julio”, dice él. Ella le mira extrañada mientras reflexiona sobre la propuesta sin dar con la clave. El marido se sorprende de su ignorancia y le suelta una verdad de Perogrullo: “Es que está el Mundial”. Nuestro hombre pertenece a la tribu de los integrados que ha aflojado los 60 euros que cuesta la camiseta oficial y el euro de la bandera que ofrece un periódico, pertrechos necesarios para afrontar su décima cita mundialista desde que tiene uso de razón. También ha completado la colección de cromos que quiere guardar como una reliquia para enseñársela a sus nietos. Superviviente del “síndrome Naranjito”, del no-gol de Cardeñosa, del penalti fallado por Eloy, del codazo de Tassoti y del atraco de Al Ghandour, llega a Suráfrica sacando pecho, campeón de Europa y henchido del momento histórico que promete la conjunción de talentos de nuestro equipo. Cualquier cosa es negociable. El Mundial, no.

En el reverso oscuro están los apocalípticos: los que creían hace un año que Rafa Nadal nunca volvería a ser número uno, que Fernando Alonso fracasará con Ferrari, que todos los ciclistas se dopan, que el final de “Perdidos” fue un bodrio y que, por supuesto, la Roja se meterá el batacazo acostumbrado. A estos cenizos hay que sumar una hueste de cabreados por todo: por las primas de los jugadores, por el despilfarro en infraestructuras en un país con necesidades más apremiantes, por el tiempo que pierden los compañeros de trabajo viendo el fútbol en el ordenador. En realidad, los primeros sólo reclamamos esa pequeña porción de felicidad, ese regreso a la patria de nuestra infancia una vez cada cuatro años. Incluso podríamos perdonar que los segundos se nos suban al carro cuando llegue el éxito, que esta vez llegará. Un mes con el cartel de “no molestar” colgado en la puerta tampoco es para tanto. Además, la alternativa a la España de Del Bosque y sus muchachos es la España de Zapatero y sus “merry men”, con más ganas de meter la mano en nuestra bolsa que el proscrito de Sherwood.

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