29 julio 2008

OTRO ESPAÑOL GANA EL TOUR

Amo el ciclismo, y por eso me dolió el titular con que ABC abría la sección de Deportes hace un par de semanas: "Otro español dopado en el Tour". Lo que se decía ahí era estrictamente cierto, aunque la palabra "otro" soltaba una carga de profundidad. Me pregunto si una jornada después, cuando la Gendarmería pilló a Riccò (segundo en el Giro 2008, definido como "el nuevo Pantani" por los especialistas más entusiastas), los rotativos italianos se despacharon igual de a gusto. Italia. Uno de los picos del triángulo del dopaje. Los otros dos: Holanda y Alemania. Los alemanes, maestros de la química, se rasgan las vestiduras y se permiten vetar a corredores españoles. Francia, que protagonizó el episodio más bochornoso que se recuerda (el caso Festina, hace ahora diez años), es ahora el guardián de la virtud. Me parece bien, tantas décadas de hipocresía después, que se persiga a los ventajistas, y me gustaría que esto fuera una marea que inundara a todos los países y a todos los deportes. Un compañero del periódico, que navega entre la pasión y el escepticismo, dice que los gabachos no ganan el Tour desde 1985 "porque no se dopan"; dándole la vuelta a su argumento podría asegurarse que antes lo ganaban casi siempre porque iban hasta las trancas. En fin. Entre todos (médicos y corredores tramposos, organizadores y periodistas) hemos convertido el ciclismo en un deporte de sospechosos habituales, donde la gran noticia es que "otro" se ha metido una dosis de EPO. Entretanto, llega Carlos Sastre (castellano sobrio y taciturno) y gana el Tour. La duda (para muchos aficionados, para la prensa escéptica, para la inquisición francesa) no es si volverá al año que viene con fuerzas para disputarle a Contador un segundo Tour, sino si ha ganado... limpio.

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