14 octubre 2005
GÁRATE
Me hice del Atleti en buena hora, a la edad en que se forjan nuestros héroes, cuando el fútbol era más deporte que negocio de venta de camisetas, ganábamos ligas de vez en cuando y, por encima de todo, jugaba Gárate, extraordinario delantero y un caballero dentro y fuera del campo. Que nadie me malinterprete: no es que hoy sea mala hora para hacerse del Atleti, es que lo es para aficionarse a ese fútbol de niños ricos y mimados que, por mucho que intente convencerme un amigo madridista, están muy lejos de cumplir con las expectativas que generan y de merecer los dineros que les pagan. Gárate forma parte de aquel equipo que plantó cara en la final de la Copa de Europa de 1974 al mejor Bayern de Múnich de la historia, donde jugaban Maier, Beckenbauer, Breitner, Hoeness y Muller. Yo tenía casi 10 años y sabía recitar de memoria la alineación del Atleti en aquel partido en blanco y negro que se jugó en el estadio de Heysel, en Bruselas, el día de San Isidro. Reina, Melo, Heredia, Eusebio, Capón, Adelardo, Luis, Irureta, Ufarte, Gárate y Salcedo. Aún recuerdo el maravilloso golpe franco que lanzó Luis en la prórroga: levantó los brazos antes de que el balón se clavara en la escuadra derecha de Maier. Y, por supuesto, el pelotazo desesperado de Swarzenbeck desde tropecientos metros, que empató el encuentro cuando agonizaba y me despertó bruscamente del sueño. Luego, en el partido de desempate, el Bayern nos despachó sin problemas (4-0) y empezó la "leyenda negra" del Atleti, la gilipollez ésa del "Pupas", algo que no he comprendido nunca, pues creo que la grandeza también se construye sobre los cimientos de algunas derrotas. Hoy he conocido personalmente a Gárate, que estaba de visita en el periódico, y me ha firmado una camiseta 31 años después del partido de su vida y de la mía, aunque no lo ganáramos. Los usos y costumbres han cambiado mucho en este tiempo. Gárate se sorprende, por ejemplo, de que Fernando Torres tenga su propio jefe de prensa. A lo largo de mi carrera he entrevistado a algunos deportistas perdonavidas que no podían disimular su desprecio por mi trabajo. Modelos publicitarios, carne de papel couché, galácticos multimillonarios, chulos de discoteca. Gárate sólo era un gran futbolista. Ni más ni menos. Se deshizo en agradecimientos porque me acordara de él, porque le pidiera esa dedicatoria ("para un atlético con el corazón a rayas"), cuando el agradecido tenía que ser yo por devolverme, durante un instante, a la patria de mi infancia, cuando él era mi héroe.
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