07 octubre 2005

EL GATO Y EL POLLINO (I)

Saludos desde la caverna. Voy a acabar un grafito rupestre contra el Estatut y me acerco al Manzanares a cazar un mamut. Con suerte, igual me encuentro por allí a Mas, Duran, Benach, Maragall y Carod-Rovira, de visita por estos pagos, y me catequizan, me rescatan de mis miserias y errores de cavernícola castellano. Aparte de por su inteligencia, estos personajes destacan, como algunos de sus paisanos, por hacer tunning en los vehículos con burros catalanes y con gatos (por CAT de cataluña y de gato en inglés, qué original, ¿verdad?) como respuesta a los españolistas que ponen la pegatina del toro, una horterada sea dicho de paso. ¿Sabrán estos tipos que a los madrileños nos llaman gatos? Lo siento, pero es así desde el siglo XI, cuando las tropas de Alfonso VI tomaron Magerit a los moros. En pleno asalto, un soldado trepó ágilmente por la muralla, hincando la daga en las juntas de la piedra, y puso la bandera cristiana en lo alto de un torreón. Sus compañeros, pasmados por tamaña habilidad, exclamaron que parecía un gato. Y así se nos quedó el mote. En "La Gatomaquia", publicada en 1634, Lope de Vega describió la gracia de los gatos de Madrid en un tiempo en que "apenas hubo teja o chimenea sin gato enamorado". Me molan esas pegatinas de gatos, quiero una, Carod, porque soy hijo de Madrid, soy gato enamorado de la luna. Voy a decirle a Gallardón que os robe la idea. Vosotros quedáos con el simpático pollino. De buen rollo, ¿eh?, que no soy catalanofóbico. Lo demuestro: mi equipo es el Atleti, así que tenemos un enemigo común. Y durante mis últimas vacaciones fui feliz en un pueblecito del valle de Cardós, en el Pallars Sobirà, donde me trataron de lujo. Y como prueba de buena voluntad dejo el grafito sin acabar, me voy al río a ver si me convencen los catequistas. Ya os contaré.

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