Todo empezó a mediados de la década de 1950, época neolítica para el alpinismo español, de tipos duros, románticos y sin apenas medios. «Éramos un país tercermundista en muchos sentidos, también en el deporte. Y ahora vivimos una edad de oro». Carlos trepaba en Gredos y en la Sierra de Guadarrama; a veces tiraba para el norte, para los Picos de Europa, los Pirineos y los Alpes. Un día, en El Tranco, en La Pedriza madrileña, conoció a la que sería su mujer, María Cristina, que le invitó a vino caliente. Juntos han recorrido muchas montañas. Ahora, con cuatro hijas —también aficionadas al alpinismo— y cuatro nietos, le anima a seguir. «Cuando está en casa mucho tiempo se pone insoportable», confiesa ella.
«Tengo 72 años y subo ochomiles... ¡pero no estoy loco! Seguiré hasta que me aguanten las fuerzas. No haré el ridículo ni me suicidaré, eso por descontado», añade Soria. «Los alpinistas transmitimos una imagen de tragedia o de heroicidad que no se corresponde con la realidad. No somos héroes ni nos gusta jugar con la muerte. Cuando se produce una desgracia es, en la mayoría de los casos, por negligencia, por no haber mirado a tiempo hacia abajo. La renuncia en la montaña supone a veces una victoria».
En 1968 participó en una expedición pionera al Monte Elbrus (5.642 metros), el techo de Europa, situado en el Cáucaso. Al mismo tiempo se producía la invasión soviética a Checoslovaquia. «Estuvimos tres días en Moscú. Nos trataron muy bien, quizás por el efecto de los niños que se exiliaron allí durante la Guerra Civil». Entonces no se le pasaba por la cabeza completar las Siete Cumbres, los picos más altos de cada continente. El año pasado, 42 años después del Elbrus, cerró el círculo con el Kilimanjaro.
Ahora quiere hacer lo propio con los ochomiles. Entrena a diario. Hace series en un cortafuegos que hay en el Telégrafo, un cerro que está junto a su casa, en Moralzarzal (Madrid). En unos días viaja a Noruega a escalar en hielo. «Mi interés ha sido más la dificultad técnica que coleccionar cumbres. Tomé esta decisión cuando hace tres años ascendí el Makalu de forma impecable. Me dije: ¿por qué no acabar el trabajo? Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de esto, por eso no critico las expediciones comerciales, siempre que se hagan con rigor y sin mentiras. Reconozco que he usado oxígeno adicional en el Everest y el K2, pero acarreado por mí mismo. En estas aventuras he contado con poco apoyo y patrocinio», señala.
—¿Y qué es lo primero que piensa cuando holla la cima de un ochomil?
—¡Que tengo que bajar de ahí cuando antes!
Foto: Ángel de Antonio. Carlos Soria posa en una dehesa de Moralzarzal.
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