A lo largo de mi vida solo he conocido un fumador que al exhalar el humo no me lo lanzara a la cara. Unos pocos me han preguntado si me molestaba (pregunta retórica, pues suelen hacerla con el pitillo ya encendido dando por descontada mi comprensión). En realidad, no es por molestia; es por salud. La mía, claro, porque lo que hagan los demás con la suya me importa un bledo, salvo que les tenga aprecio y, entonces, trate de influir en su decisión. La mayoría va a lo suyo y exhibe su sagrado derecho a envenenarse, que es superior al derecho de los no fumadores a librarse de toda esa mierda. Oiga, yo hago con mi cuerpo lo que me da la gana. Vale, pero no me quiebre el mío, si no es mucho pedir. Recuerdo con pavor jornadas maratonianas en el periódico con varias chimeneas a pleno rendimiento a mi alrededor. Cuando llegaba a casa la ropa iba al tendedero o directamente a la lavadora. Sobre las profundas caladas que me habían obligado a dar, mejor ni pensarlo. Visto con perspectiva me parece increíble que haya podido soportar esa humareda. Ahora, con la reciente vuelta de tuerca de la ley antitabaco, los viciosos se sienten perseguidos como en la España de Franco, el Chile de Pinochet, la RDA de la Stasi, la Venezuela de Chávez, la Cuba de Castro y el Irán de Ahmadineyad. Así lo expresa Javier Marías, santo fumador, en este artículo de El País.
Marías, que siente traicionado por los suyos (“la ignorante Leire Pajín y su padrino Zapatero (...) que una vez más han demostrado que ni son de izquierdas ni tienen la menor idea de lo que es un sistema democrático”), augura un mundo apocalíptico donde no podrá ir a casas de amigos que no le permitan fumar, “ni a cenas ni a fiestas ni a tomar un café. Los fumadores y los no fumadores estaremos cada vez más divididos, posiblemente dejaremos de tratarnos”. El escritor se queja, en este caso con razón, de que la ministra de Sanidad haya animado a los ciudadanos a delatar al prójimo y de que asociaciones de consumidores se hayan ofrecido a tramitar las denuncias y guardar el anonimato del acusica. La malicia humana no necesita que la animen. Pero, despejando los actos de mala fe... ¿no se trata de cumplir la ley? Tal vez un pirómano que tuviera la costumbre -o vicio, tanto da- de prender fuego a los libros de Marías en la plaza pública se sentiría perseguido si el autor lo denuncia.
“No hay mayor humillación para un 30 por 100 de la población que verse excluido por tener un vicio”. Yo digo: No hay mayor peligro para un 70 por 100 de la población que verse incluido en un vicio sin quererlo. Marías, te puedes fumar toda la producción de tabaco de China, Brasil y la India. Pero no en mi cara. No es por molestia; es por salud.
25 enero 2011
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