07 enero 2009

LA ROPA TENDIDA

Hace un par de días tuve que mandar callar a una señora en la peluquería. La tipa se estaba descolgando con las siguientes declaraciones: "Esta noche voy a cenar a casa de mi hijo. Sí, mis nietos todavía viven en la ignorancia con respecto a los Reyes Magos, los pobres...".

- ¡Señora, que hay ropa tendida! -exclamé, fulminándola con la mirada. Me acompañaban mis hijas, con las antenas puestas. La mayor (diez años) puede que esté ya al cabo de la calle. Recientemente confesó que había descubierto la trama del ratoncito Pérez, y eso que todavía le quedan muelas que cambiar, aunque finge para que la hermana no sospeche.

Luego fui a la cabalgata para servir de dique ante el avance furioso de los supervivientes del rey Herodes y evitar que mis retoños murieran aplastadas contra la valla. Tres horas de espera y una de lucha sin cuartel, como un campeón.

Me acosté a las tantas para facilitar la entrada a los Magos con sus pajes y camellos. Antes de retirarme me quedé unos segundos observando el bodegón: el árbol, los zapatos, los paquetes con los regalos, las golosinas, el polvorón a medio comer que dejó Baltasar, el barreño con el agua para los cuadrúpedos...

A las 7:30 de la mañana tocaron diana en forma de gritos. Imposible llegar a esos agudos. Cuando llegué al salón el bodegón estaba desordenado y jirones de papel volaban por los aires. A pesar del agotamiento de las fiestas, siempre pienso que la mañana del 6 de enero es el momento familiar más importante del año. Aún no ha llegado el día en que tantas cosas queden sólo para un rato de vídeo, pero lo presiento... y casi siento nostalgia de no tener ya la ropa tendida.

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