No sé si los ricos también lloran, pero, desde luego, no son tan listos como se creen. Tal vez se dejen llevar por la molicie a causa de una billetera desbordante, aunque al menos deberían aplicarles un ERE a los asesores que les recomendaron invertir en productos Madoff. Esa es una de las conclusiones sorprendentes que sacamos los pobres ignorantes ante la noticia de esta multimillonaria estafa a nivel planetario. Otra, que ese trilero de aspecto anodino no esté ya en el trullo -lo del arresto domiciliario y el brazalete electrónico no se lo aplicarían a un ladrón de gallinas, por ejemplo-. Claro que antes de ver la paja en el ojo del rico deberíamos ver la viga en el nuestro. Aquí estamos los españolitos de infantería disfrutando de un picnic bajo la tormenta, con unas tragaderas que ni Gargantúa y Pantagruel. Tenemos nuestro particular tahúr, el ínclito Zapatero, que negó la crisis hasta el último segundo y que ahora anuncia remontada primaveral. Y luego los apóstoles del laicismo critican a los católicos que se creen el tercer misterio gozoso que se celebra, por cierto, uno de estos días.
El presidente del Gobierno, cejas puntiagudas en cara de cemento, recuerda a Jack Skellington suplantando a Santa Claus en "Pesadilla antes de Navidad". De los paquetes que nos dejará junto al árbol no saldrán empleos, sino cartas de despido en la mejor tradición gamberra del personaje de Tim Burton. Pero, felices y narcotizados, seguiremos de picnic.
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