30 octubre 2008

70 AÑOS DE LA INVASIÓN DE MARTE

Ocho de la tarde del 30 de octubre de 1938. La abuela de cualquier Joe Sixpack de hoy en día (una especie de Homer Simpson amante de los paquetes de seis latas de cerveza barata, arquetipo de votante fluctuante que Obama quiere ganar para su causa) enciende el transistor. «La Columbia Broadcasting System y sus emisoras asociadas presentan a Orson Welles y el Mercury Theatre on the Air en «La Guerra de los Mundos», de H. G. Wells», dice un locutor. La mujer, vecina de Harlem (Nueva York), no presta atención, enfrascada en preparar un pastel para el Día de Todos los Santos. Welles hace una señal y la orquesta ataca el jingle del programa (concierto para piano nº 1 en si bemol menor de Tchaikovsky). Luego, con voz aguardentosa, suelta una parrafada: «Ahora sabemos que durante los primeros años del siglo XX este mundo estaba siendo observado atentamente por inteligencias superiores a las del hombre y, sin embargo, tan mortales como las nuestras (...). Inteligencias poderosas, frías y sin sentimientos contemplaban con envidia la Tierra. Seres que lentamente, pero con seguridad, preparaban un plan contra nosotros...».

La abuela de Joe Sixpack, a quien llamaremos Mary, siente un escalofrío al tiempo que la emisora ofrece un parte meteorológico que habla de «una ligera perturbación atmosférica de origen desconocido sobre Nueva Escocia». Después, el locutor anuncia: «Nos trasladamos al Salón Meridian del Hotel Park Plaza, en el centro de Nueva York, para que puedan disfrutar de la música de Ramón Raquello y su orquesta» (en realidad, el citado hotel no existe). «Con un toque español, Ramón Raquello interpreta «La Cumparsita»». El tema dura apenas 17 segundos. «Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de música de baile para ofrecerles un boletín especial de la Intercontinental Radio News. A las ocho menos veinte, hora oficial, el profesor Farrell, del Observatorio de Mount Jennings de Chicago, Illinois, informa que se han observado varias explosiones de gas incandescente que se producen a intervalos regulares en el planeta Marte. El espectroscopio revela que el gas es hidrógeno y se dirige hacia la Tierra con enorme rapidez. El profesor Pierson del Observatorio de Princeton confirma las observaciones de Farrell, y describe el fenómeno como si fueran «llamaradas azules disparadas por un arma de fuego». Ahora volvemos a la música de Ramón Raquello...».

Mary deja de añadir harina a la masa, se limpia las manos en el delantal y sube el volumen de la radio. Un boletín posterior informa de que un objeto llameante ha caído en la granja Wilmuth de Grovers Mill, Nueva Jersey, donde se han desplazado el profesor Pierson (a quien presta su voz el propio Orson Welles) y el reportero Carl Phillips. El objeto se encuentra semienterrado en un socavón. «Parece un enorme cilindro», dice el periodista. «Tiene un diámetro de... ¿cuánto diría, profesor Pierson?». «Unos treinta metros». Llegan policías, el señor Wilmuth (propietario de la finca) y varios curiosos. «¡Un momento! -exclama Phillips-. ¡Algo sucede! ¡Señoras y señores, esto es increíble! ¡La parte superior del cilindro empieza a dar vueltas como un tornillo! ¡Esa cosa debe de estar hueca! (...) ¡Alguien se desliza hacia afuera!». Gritos de horror procedentes de la multitud. Pitos y sirenas de Policía. «¡Dios santo! Algo repta fuera de las sombras como una serpiente gris. No, realmente son tentáculos, ahora lo veo mejor. Es una criatura grande, mayor que un oso y brilla como el cuero húmedo. Pero esa cara... ¡Es algo indescriptible! Apenas puedo aguantar sin salir corriendo. Los ojos son negros, la boca tiene forma de V y le cuelga una saliva repugnante...».

El pánico se apodera de Mary y de decenas de miles de radioyentes que no han escuchado la introducción de Welles y creen que Marte está invadiendo la Tierra. O quizás sean los nazis. Las crónicas recogen auténticas historias de terror. En Newark, Nueva Jersey, decenas de familias abandonan sus hogares cubriéndose la cabeza con toallas. En Nueva York las estaciones de ferrocarril y terminales de autobuses sufren colapsos («¡Dense prisa!», exclama una mujer que ha solicitado el horario de los trenes. «¡Está llegando el fin del mundo!»). En Pittsburg un hombre encuentra a su esposa en el cuarto de baño con una botella de veneno en la mano y gritando: «¡Prefiero morir así!». En Alabama y Nueva Inglaterra las calles están atiborradas de coches de gente que pretende huir. En Harlem, Mary se refugia en una iglesia para rezar... Nadie parece haber escuchado el final de la emisión, cuando Welles vuelve a aclararlo todo. Peces gordos llaman a la CBS para pedir la cabeza del astro. La Prensa y la Policía asaltan el estudio, donde el equipo queda recluido toda la noche... Al día siguiente, el New York Times titula en portada: «Oyentes de radio en pánico toman como un hecho real un drama bélico. Muchos abandonan sus hogares para escapar de un ataque de gas procedente de Marte. Las llamadas telefónicas provocan que la Policía irrumpa en la emisora que retransmitía la fantasía de Wells».

El episodio pudo significar el fin de la carrera de Orson Welles, pero después de broncas, querellas y disculpas fue el comienzo de su mito.

El 7 de diciembre de 1941 Welles lee poemas de Walt Whitman en la radio cuando le dicen que Pearl Harbor está siendo atacado. La cadena no consiente que él informe sobre el asunto. «La gente creerá que estás repitiendo el truco de los marcianos». Días después, el presidente Roosevelt le envía un telegrama recordándole con amarga ironía el cuento de Pedro y el lobo.

Publicado en el D7 de ABC el 26 de octubre de 2008.
Guión completo del mítico programa de radio (en español), aquí.
Descarga de la emisión original.

No hay comentarios: