02 julio 2006

LOS MALABARISTAS DE ANUNCIO Y EL MARISCAL DE CAMPO

En los sucesivos mundiales y eurocopas de mi vida, con España eliminada a las primeras de cambio, no me ha quedado otra que alinearme con alguno de los supervivientes. En España 82 iba con la maravillosa Brasil de Sócrates, Falcao y Zico; por desgracia, aquella aventura duró poco: en un partido para la videoteca, Brasil cayó a manos de Italia, que se hizo con el título. Sin embargo, no he olvidado el último equipo que, de verdad, practicó el “jogo bonito”, y ocupa un lugar de privilegio en el sitio de mi mitología. No vi jugar a Pelé, Gerson y Rivelinho, así que mi admiración por Brasil nace en 1982. Y probablemente muere también ahí. Desde entonces, los resultados de la canarinha han estado por encima de su prestigio; ha ganado dos mundiales, pero no ha vuelto a enamorar. La selección que se presentó en Alemania con la vitola de favorita indiscutible dio ayer un petardazo espectacular. Resultó que sus jugadores de relumbrón se encontraron con un partido de verdad, no con un anuncio publicitario. “La herencia de Pelé, Gerson, Tostao y Rivelinho no consiste en la banalidad malabarista o en la voluntad de convertir en genial cualquier jugada en cualquier lugar del campo”, escribe Santiago Segurola en El País. “Los viejos maestros eran magos del fútbol porque sabían jugarlo como nadie. O como lo hicieron ayer Vieira y Zidane”. El fracaso del modelo resultadista apoyado en chispazos de ingenio de los brasileños contrasta con la “magia con precisión” francesa. Me duele reconocerlo, porque nos echaron del Mundial y porque, qué coño, son gabachos, pero qué ejercicio impecable se marcaron estos tipos. Qué concentración, qué fuerza, qué paciencia, qué fe en sus posibilidades... y, sobre todo, qué exhibición del mariscal Zidane, el auténtico sucesor de sí mismo, que domestica el balón, que hace sombreros a Ronaldo y hace llorar a Raica, que da pases que son medio gol, que domina el tempo del partido, que sonríe como nunca se le ha visto sonreír, sobre todo tras el pitido final, cuando se despide de sus amigos y conocidos del equipo rival. Con un matiz: los que se van son ellos. El que se queda, es él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este es uno de esos recuerdos que ese convierten en un hondo penar.

Cuando leí esto el corazón med dió un pálpito.Gracias

En los sucesivos mundiales y eurocopas de mi vida, con España eliminada a las primeras de cambio, no me ha quedado otra que alinearme con alguno de los supervivientes. En España 82 iba con la maravillosa Brasil de Sócrates, Falcao y Zico; por desgracia, aquella aventura duró poco: en un partido para la videoteca, Brasil cayó a manos de Italia, que se hizo con el título. Sin embargo, no he olvidado el último equipo que, de verdad, practicó el “jogo bonito”, y ocupa un lugar de privilegio en el sitio de mi mitología. No vi jugar a Pelé, Gerson y Rivelinho, así que mi admiración por Brasil nace en 1982. Y probablemente muere también ahí.