12 noviembre 2010

JANE DE LOS MONOS

Se cumple medio siglo de la llegada de la primatóloga inglesa Jane Goodall a Gombe, Tanzania, para estudiar a los chimpancés, nuestros parientes más cercanos.

Louis Leakey, el prestigioso paleontólogo, siempre confió en las mujeres. Intuyó que serían mejores observadoras, más pacientes y persistentes que los hombres, y con una gran capacidad para mediar en los conflictos familiares (virtud muy útil cuando se trabaja con animales de fuertes costumbres sociales). Mentor de Dian Fossey y Biruté Galdikas, naturalistas especializadas en el estudio de los gorilas de montaña y los orangutanes, respectivamente, invitó a la primatóloga inglesa Jane Goodall a cubrir otro frente esencial relacionado con los grandes simios. Hace cincuenta años, esta londinense de familia humilde y fuerte determinación llegó al Parque Nacional de Gombe, Tanzania, para liderar un proyecto de estudio de chimpancés salvajes. África le cambiaría la vida para siempre y ella le devolvería la gentileza.

Su madre, Vanne, fue un apoyo fundamental en los difíciles comienzos, la única que no se burló cuando la chica anunció su aventura africana. «Cuando tenía cuatro años ayudaba en una granja familiar a recoger los huevos que ponían las gallinas», recuerda Jane. «No entendía de dónde salían esos huevos, y las respuestas de los adultos no me parecían convincentes, así que me escondí durante cuatro horas en una caja, en el gallinero, para observar. Cuando volví a casa mis padres estaban al borde del infarto, incluso habían llamado a la policía. Pero mi madre vio el brillo en mis ojos y escuchó emocionada lo que había descubierto».

El estudio más concienzudo sobre primates realizado hasta entonces, a cargo de George Schaller, necesitaba una puesta al día. Goodall viajó Tanzania con poco dinero y menos experiencia, pensando que en un año habría concluido su misión. Y pasaron cinco décadas. A los pocos meses vio a un chimpancé introduciendo un palo —que previamente había cortado y deshojado— en un termitero para sacar insectos y comérselos. Así descubrió que el Homo sapiens no era la única especie que fabricaba y usaba herramientas. Sus observaciones sobre la conducta de estos animales, sus hábitos de caza, estructura social, emociones y personalidad individual revolucionaron la biología y nuestra percepción sobre ellos y sobre nosotros mismos. La primatóloga habla de los sentimientos «humanos» de los chimpancés, como la felicidad, la tristeza, el miedo y la desesperación; de sus habilidades (se reconocen frente al espejo, pueden aprender el lenguaje de los sordomudos, pintar...); de su capacidad para morir de pena.

Pero Gombe se convirtió no solo en un campo de pruebas para el conocimiento de los parientes más cercanos del hombre, sino en un refugio espiritual. «Salgo sola a la selva y una paz interior se apodera de mí —confiesa—. Me preocupa que las nuevas generaciones piensen que pueden prescindir de la naturaleza, la necesitamos para mantener la mente sana. No solo la estamos cubriendo con cemento, sino que los niños la sustituyen por la realidad virtual».

Premio Príncipe de Asturias de Investigación 2003, hoy invierte menos tiempo en África y más en promover por todo el mundo el programa de educación ambiental Roots & Shoots (raíces y retoños), con más de 15.000 grupos en 120 países. «Las raíces logran una base sólida; los retoños, aunque parecen pequeños, son capaces de romper un muro para llegar a la luz del sol», comenta. Al mismo tiempo, el Instituto Jane Goodall continúa con la cruzada en Gombe, cuidando a los animales que han quedado huérfanos por culpa de los furtivos y realizando un seguimiento de los que están en cautividad. Hace un siglo había dos millones de chimpancés en libertad; hoy, poco más de 200.000 repartidos en una veintena de países africanos, y unos 5.000 «prisioneros» en zoos, laboratorios y circos ambulantes. Los salvajes viven en pequeños retales de bosque, aislados, con peligro de pérdida de diversidad genética. «Para mí, es un auténtico genocidio», dice Goodall.

1 comentario:

Emma Peña Tojo dijo...

¡Qué historia tan maravillosa! Dan ganas de abandonar la gran urbe, la "estabilidad" laboral, la rutina... y lanzarse a la aventura, a respirar de esa tranquilidad y paz que da la naturaleza.