15 noviembre 2010

EL REDACTOR JEFE

El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski solía decir que solo las buenas personas pueden ser buenos periodistas. Mi redactor jefe de los tiempos heroicos aseguraba: "A mí dame un buen profesional; me importa un bledo si es buena persona o no". He visto al tipo coger de la pechera a otro compañero por la disputa de una página, y hasta arrojar una grapadora (digamos que al aire) por diferencias en el tratamiento de una información. Cerrábamos la primera edición a las nueve de la noche, y cuando me disponía a recoger me anunciaba que cambiaba la sección de arriba abajo. Nos alcanzaba la medianoche y todavía le quedaban ganas de sermonearme sobre cualquier aspecto de la vida, pero, en especial, sobre periodismo. Era como el sargento chusquero que te amarga la vida... pero que te deja un poso de algo tangible. Gilipolleces, las justas. El tipo sería a veces un capullo, pero nunca un mediocre, y eso se lo agradezco.

Ahora, de vez en cuando, viene al periódico de visita. El reportero que se coló en el primer trasplante de corazón a un ser humano (practicado por el doctor Barnard en 1967) tiene ya 80 tacos y el paisaje se parece poco al que conoció, y no porque los ordenadores hayan sustituido a las máquinas de escribir y estemos en pleno "boom" de las redes sociales, sino por la cortedad de miras y el poco respeto a la profesión, puro signo de estos tiempos. Hace unos días me interceptó en la redacción y me dijo, orgulloso, que había ascendido de categoría: le han hecho abuelo. Me mostró la foto del nieto recién nacido en su teléfono móvil y me dijo que el acontecimiento le había hecho reflexionar aún más sobre la muerte. El redactor jefe que me fustigó y me enseñó lo básico para sobrevivir se mostraba más humano que nunca. Hace tiempo que guardé mi lista de agravios en un baúl y tiré la llave, como habría querido Margarita, paciente y excepcional compañera de fatigas. Antes de que se vaya de este mundo "empujado" por su nieto o me vaya yo, que no está escrito quién se irá antes, tengo que decirle al viejo reportero que, después de todo, Kapuscinski tenía razón.

No hay comentarios: