
Ahora, de vez en cuando, viene al periódico de visita. El reportero que se coló en el primer trasplante de corazón a un ser humano (practicado por el doctor Barnard en 1967) tiene ya 80 tacos y el paisaje se parece poco al que conoció, y no porque los ordenadores hayan sustituido a las máquinas de escribir y estemos en pleno "boom" de las redes sociales, sino por la cortedad de miras y el poco respeto a la profesión, puro signo de estos tiempos. Hace unos días me interceptó en la redacción y me dijo, orgulloso, que había ascendido de categoría: le han hecho abuelo. Me mostró la foto del nieto recién nacido en su teléfono móvil y me dijo que el acontecimiento le había hecho reflexionar aún más sobre la muerte. El redactor jefe que me fustigó y me enseñó lo básico para sobrevivir se mostraba más humano que nunca. Hace tiempo que guardé mi lista de agravios en un baúl y tiré la llave, como habría querido Margarita, paciente y excepcional compañera de fatigas. Antes de que se vaya de este mundo "empujado" por su nieto o me vaya yo, que no está escrito quién se irá antes, tengo que decirle al viejo reportero que, después de todo, Kapuscinski tenía razón.
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