Nieves de Pellegrin sube por la estrecha y resbaladiza trocha con la ayuda de un bastón y cargando con sus casi ochenta años y sus recuerdos. Su pelo es como su nombre, como el lugar por donde se deslizaron el amor y la juventud. A pesar de lo empinado del sendero la anciana tiene el suficiente resuello para explicarnos la flora de la montaña andina. Después de unos minutos llegamos al Cementerio del Montañés, a los pies del
Cerro López, cerca de
San Carlos de Bariloche, el lugar de reposo de alpinistas que amaron estas escarpadas cumbres. Algunos murieron jóvenes mientras trataban de conquistarlas; otros, como Gino, el marido de Nieves, fallecieron en la cama después de una larga e intensa vida. Miembro del primer equipo nacional argentino de esquí, Gino de Pellegrin fue una de las glorias de una actividad que echó raíces en Bariloche, como saben bien los aficionados a los deportes de invierno que no soportan el verano en el hemisferio norte. "Aquí estoy otra vez, flaco, la cuesta todavía no puede conmigo", le dice Nieves a su esposo. Los cementerios nos seducen. Tal vez por la misma razón que explica el éxito de las esquelas en los periódicos (las leemos, ergo seguimos vivos). O porque sabemos que la Parca vendrá a buscarnos tarde o temprano y nos gusta explorar las fincas de los demás por si nos dan alguna idea. La del Cementerio del Montañés, con vistas al
Parque Nacional Nahuel Huapi, es original, aunque la vegetación termina por reclamar lo que es suyo y las cruces y las lápidas apenas resisten su abrazo. "Papá, te fuiste donde querías", dice una placa. "Apoyaste tu cabeza en las rocas... No supiste morir de otra forma que no fuera en tu montaña. Te amamos". Nieves baja por el camino pasito a pasito, y se detiene en una curva porque ha descubierto una orquídea silvestre de intenso color amarillo. Se despide de los visitantes, que aprietan el paso. Anochece y hacia el Cerro López asciende una cordada de ánimas.
Foto: Nieves de Pellegrin con un alpinista en el Cementerio del Montañés.
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