05 marzo 2012
MIS NOCHES CON LOS ZOMBIS
Me enganché a The Walking Dead por su mezcla de frikismo y desolación. El súmmum del frikismo ocurrió en la primera temporada: para escapar de los zombis los protagonistas se unen a la horda tras embadurnarse la cara y la ropa de sangre y tripas de muerto. En el episodio "18 Miles Out" de la segunda temporada hay otra escena encomiable: Rick, tumbado en el suelo, mata a tiros a un par de zombis que intentan morderlo; sus cuerpos exánimes le caen encima como fardos y le dejan indefenso ante un tercer elemento, que aprovecha la melé para atacar. Rick está bien jodido, pero en el último instante mete el cañón del revólver en la boca de uno de ellos y dispara a través del cráneo, eliminando al último atacante. La punta del cañón asoma por la nuca del zombi, encajada. Cuando Rick tira para liberarla crujen los huesos podridos. Unos minutos después, Rick y Shane vuelven a la granja-refugio en coche. Shane mira por la ventanilla y ve en un prado a un caminante solitario, sin rumbo fijo, trastabillando, símbolo de la desolación de una tierra donde la amoralidad es el arma más eficaz para sobrevivir.
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