Fernando era un tipo cariñoso y jovial, un flaco porteño del River al que le jodía que mis visitas a Buenos Aires incluyeran siempre La Boca y, en consecuencia, la Bombonera, pero qué querés de un aficionado del Atleti, somos así de desgraciados. Durante más de veintidós años he tenido con él negociaciones y peloteras, he echado risas y puntuado a las becarias, he disfrutado y padecido este oficio de nuestros pecados, porque Fernando era tan periodista como ilustrador. Nunca olvidaré sus trabajos para aquella impagable sección de Sucesos dirigida por Ricardo Domínguez, esas reproducciones de los hechos con rigor forense y encanto gótico. Desde la prehistoria en Serrano, con las aparatosas e inclinadas mesas de ilustrador con el flexo que se ha convertido en el logo de Pixar, hasta los tiempos de la revolución tecnológica (de repente, los dibujos empezaron a llamarse infografías y desaparecieron los lápices, las plumillas y el cúter), el protocolo no ha variado sustancialmente. "¿Una doble? ¿Y para cuándo dices que la quieres? Imposible, los chicos están hasta arriba". Y uno se encogía de hombros y le decía: "Piénsatelo". Al rato el artista aparecía con un boceto que terminaba convirtiéndose, horas o días después, en un elemento imprescindible del reportaje -muchas veces el único anzuelo que picaba el lector-, pese a que los reconocimientos (desde la aparición de la firma del dibujante junto a la del redactor hasta los premios cosechados en foros de diseño) son conquistas recientes. Fernando sabía, no obstante, que la edad de oro de la infografía en prensa, que tuvo su punto álgido durante la primera Guerra del Golfo con aquellas dobles páginas llenas de aviones, tanques y soldados, había llegado a su fin, arrastrada por crisis propias y compartidas. Hace dos meses, en la VI Cumbre de Diseño de Prensa celebrada en Córdoba, Fernando, ya cercado por la enfermedad aunque nadie ajeno lo hubiera dicho, señalaba que con la reducción del espacio en el papel la tendencia era crear pequeñas píldoras informativas. El nuevo horizonte se abría en la red, añadía, donde el espacio es infinito y de un gráfico pueden surgir varias piezas, un vídeo, una foto, un link... lo que sea. Pienso ahora lo que hubiera disfrutado con el iPad y otros juguetes que están por venir, gadgets que tal vez salven el culo a la prensa. El flaco conservaba sus viejas herramientas de artesano, pero estaba dispuesto a reinventarse para sobrevivir en el remolino, igual que sus compañeros de almuerzo y tertulia, porque nunca se rindió ante los malos presagios, nunca se puso fecha de caducidad. Fernando amaba la vida a pesar de su obscenidad.
En la redacción de ABC me consta que hay gente que echa vistazos furtivos al rincón de Fernando esperando verlo allí; incluso hay quien cree haber escuchado su voz estos días. Instalados como estamos en una suerte de realismo mágico cualquier cosa es posible. Tecleo las últimas palabras mientras miro el único recuerdo material que conservo de él. Un regalo que ahora se ha convertido en un tesoro, un dibujo del Everest que hizo para un reportaje que escribí en la añorada revista Blanco y Negro a finales de los 90: ahí está la cascada de hielo del Khumbu, el Collado Sur, el Lhotse y, por supuesto, el Chomolungma, la "diosa madre del mundo". A Adriana y las chicas les espera una larga y dura travesía hasta la cumbre, pero sus familiares y amigos las incluirán en su cordada para que no caigan en las grietas de la desesperación. "¿Dónde estará Fernando?", le pregunto a Alexis cuando abandonamos el tanatorio. "No sé", contesta. "Pienso que está... cómodamente adormecido". Y al rato caigo que ése es el título de una canción de Pink Floyd que nos gusta a ambos.
Un tributo a Fernando.
Algunos de sus dibujos:
Post scríptum: CG, dibujante de ABC, recuerda uno de los últimos trabajos que hizo Fernando antes de coger la baja: una portada para el D7 en la que aparecían dos "gangstas" hispanos y en donde añadió un guiño poco habitual en él. En el muro rotuló los nombres de su mujer (Adry), de sus hijas (Juji y Andy) y el suyo propio (Fer).
1 comentario:
Es una lástima que no pueda leerte, una lástima y una injusticia. No le tocaba.
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