26 enero 2010

EL DÍA QUE OLVIDAREMOS HAITÍ

Unos turistas descienden de uno de esos barcos de veinte pisos a una playa caribeña. Algo aparentemente normal. Hasta que el locutor de la tele dice que la playa es haitiana. Me quedo estupefacto. La noticia sigue. Al parecer, la compañía de cruceros ha decidido no interrumpir sus escalas en la isla porque "mantener el negocio es la mejor forma de contribuir a la economía haitiana". Dios mío... ¿qué economía? La siguiente información no disminuye mi nivel de alarma: los bancos cobran comisiones por las donaciones a Haití. Sale un tipo de una organización de consumidores metiendo caña. Devolverán la pasta a quien lo solicite. O sea, a casi nadie. Necesitamos dos vidas, lo digo siempre, una para vivirla y otra para litigar con todas las especies de cabrones que habitan en el mundo y que jamás se extinguen. Pienso que "mantener las donaciones es la mejor forma de contribuir a la economía de los bancos".

Hace unos días, un fotógrafo de esos que hace fotos de autor recibió una llamada de su agencia para replegarse. El pescado está vendido. Es decir, los cadáveres se parecen unos a otros. Pasa lo mismo con las ruinas. El escenario se traslada al primer mundo solidario. En Canadá se sientan las bases para construir "un nuevo Haití" en diez años. Los héroes de los escombros cuentan su experiencia desde casa. Los primeros niños adoptados llegan a España. Mañana, o pasado, nos harán una encuesta y diremos que el paro y los políticos son nuestras principales preocupaciones. Me sorprenden esos barómetros. Incluso en tiempos de bonanza los españoles no citan jamás, entre las cuestiones que les atormentan, la pobreza, el hambre, la guerra y la injusticia que asuelan el mundo. La catástrofe engrosará el listado de temas de "periodismo aniversario". El día que olvidaremos Haití está cada vez más cerca, y se parecerá bastante a la víspera del terremoto.

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