Soy del Atlético de Madrid y no debería quejarme demasiado. El club es el tercero en ingresos, aunque casi a cien millones de distancia de los dos grandes, y con más carácter vendedor que comprador. Este año hemos incorporado a Falcao, vale, pero a costa de desprendernos de nuestras tres estrellas (Kun, Forlán y De Gea). En la Liga el Atleti no tiene nada que hacer; su objetivo se resume en no ser humillado por Barcelona y Real Madrid y pelear con la clase media por las migajas europeas. En la Copa doméstica, un cruce con el duopolio es la muerte. La única opción real (y no fácil) es la Liga Europa. Esto será así esta temporada. Y la próxima. Y la otra... Hasta el infinito, y más allá. Antaño se podía estar al fallo. Una vez cada diez años, o así. Ahora he abandonado toda esperanza.
Aquí sólo se divierten dos, esa es la realidad, aunque otros analistas no tan sesudos como Ramos se empeñen en vender que la española es la mejor liga del mundo. Lo siento, pero aburre. Hasta el Madrid-Barça del 11 de diciembre esto será una sucesión de goleadas de los grandes a los comparsas, declaraciones de Mourinho quejándose por todo y mamadas de la prensa afín. Un pestiño.
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