Ser del Atleti conlleva varias servidumbres, por ejemplo soportar la cantinela del «gen ganador» que tienen nuestros vecinos de la Castellana y nosotros no. La expresión hace carrera los años de Mundial. Los finos analistas se apoyan en un hecho incontestable: cuatro selecciones (Brasil, Italia, Alemania y Argentina) acaparan catorce títulos de dieciocho posibles y todas las finales han contado, al menos, con la presencia de una de ellas. El asunto va adquiriendo la categoría de maldición bíblica: da igual el ruido que hagan los transgresores; el día D a la hora H se encontrarán con uno de esos equipos tocados por un ángel, y adiós muy buenas. La «naranja mecánica» de Cruyff, Neeskens, Rep, Krol, Jansen, Rensenbrink y los hermanos Willy y René Van de Kerkhof vivió esa amarga experiencia. La explicación para los puristas es clara: resulta que esos tipos eran unos perdedores de manual.
En los vaciles previos el recurso es usado por entrenadores, jugadores y aficionados de las selecciones llamadas a la gloria: ¿por qué va a ganar la Copa Holanda o España si no tienen el gen ganador? Es en ese momento cuando aparece otra de las servidumbres atléticas, el romanticismo, para desear -sin datos empíricos, es cierto- que el de Sudáfrica sea el Mundial de un «outsider», un impuro genéticamente hablando.
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