07 marzo 2010

EL SEMBRADOR DE LA CONCIENCIA ECOLÓGICA

Se cumplen 30 años de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente, gran divulgador de la naturaleza en un país que llamaba alimañas a sus joyas faunísticas. Comunicador excepcional, influyó en toda una generación de españoles que no ha olvidado su legado

Félix celebra su 82 cumpleaños el próximo 14 de marzo pensando que el ser humano todavía se encuentra en la pubertad rebelde, lejos de reconciliarse con su madre, la naturaleza. Él ha hecho todo lo posible por acelerar el proceso, precisamente porque conoció ese estado de felicidad absoluta, de comunión perfecta. «Vivió la infancia de la humanidad en su propia infancia, agreste y montaraz, con el instinto atávico de los niños», aclara su esposa, Marcelle Parmentier. Ahora que su vida describe los últimos meandros, Félix recuerda más que nunca sus primeros pasos en Poza de la Sal, el pueblecito burgalés donde nació; los años de la Guerra Civil le hurtaron una educación al uso, y el chico se dedicó a deambular por las sierras y páramos castellanos, a observar a los animales y las plantas, a escuchar los relatos de los viejos pastores de los que, tal vez, aprendió esa forma tan sencilla de contar las cosas. El tipo está satisfecho: debutó como sembrador de la conciencia ecológica en un país que consideraba alimañas a sus joyas faunísticas, que desecaba sus lagunas, que arrancaba la piel a sus montes, y ahora, años después, las tropelías no se justifican.
Cuando en marzo de 1980 regresó de un viaje a Alaska tras filmar uno de sus documentales ya tenía decidido dar carpetazo a su serie más famosa, «El hombre y la Tierra», para acometer un proyecto sobre el animal humano. «Quería abordar los grandes temas ambientales —cambio climático, pérdida de biodiversidad y de capa vegetal—una década antes de que se pusieran en la agenda de la Cumbre de Río», añade Marcelle. «Había mostrado la belleza natural que nos rodea advirtiéndonos de que nada está aquí por casualidad, que todos los seres vivos tienen su razón de ser y contribuyen al éxito o el fracaso del conjunto. Era por tanto el momento de poner el foco sobre el Homo sapiens, capaz de desequilibrar el delicado edificio de la vida».
Con el correr de los años la tecnología llegó en auxilio del artesano: más y mejores herramientas para comunicar más y mejor el mensaje. Adiós a los pesados equipos de filmación para rodar en 35 milímetros, hola al mundo digital. Llegaron los premios y reconocimientos, los discursos en foros ante mandatarios con capacidad de decidir. Félix dobló la esquina del milenio consciente de lo mucho que había hecho y lo mucho que quedaba por hacer para llegar a esa edad adulta del hombre, la edad de la reconciliación. Es marzo de 2010 y llueve sobre Madrid; prácticamente no ha dejado de hacerlo en todo el invierno. Y Odile Rodríguez de la Fuente, la hija pequeña de Félix y directora general de su fundación, es consciente de la ucronía. De que su padre no regresó con vida de Alaska tres décadas atrás, que murió en un accidente de avioneta el día que celebraba su 52 cumpleaños. «Cuando alguien con futuro se marcha para siempre es tan importante lo que hizo como lo que dejó de hacer. Félix habría tenido un liderazgo a nivel mundial. Murió siendo fiel a su ideario: la vida es una aventura y tenemos la obligación de ser felices. Decía: “No hago lo que me gusta, sino lo que me apasiona”».

Reportaje completo, aquí.
Recuerdos de un amigo.
El último vuelo en Alaska.
Pelegrina, el laboratorio natural.

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