27 julio 2009

ARMSTRONG, DERROTADO

El pistolero ya sabe, al menos, cómo vencer al campeón de la soberbia, en la carretera y en el hotel. A Lance Armstrong, en cambio, sí le queda algo por aprender: cómo digerir la derrota. El ciclismo sale fortalecido. El Tour recupera su leyenda. El año que viene, más.

20 julio 2009

UCRONÍA (O NO)

Un año de estos.
El presidente del Gobierno de España se reúne con el president de Catalunya.
Éste le exige pasta.
-Hecho.
Más pasta.
-Hecho. Toda la pasta.
Competencias en Asuntos Exteriores.
-Hecho.
En Defensa.
-Hecho.
Selecciones nacionales catalanas.
-Hecho.
Traspaso de todos los galácticos madridistas al Barça. Y con cargo a los Presupuestos del Estado.
-Hecho.
Unos segundos de silencio. A ver si tiene cojons...
¡La independencia!
-Hecho.
El president mira a su interlocutor de arriba abajo.
"Escolta nen... ¿Acaso me tienes fobia?"

18 julio 2009

UN SER SUPERIOR TWITTEA

"Os invito a todos a asistir esta noche en el Bernabéu, a las 21:00, a un nuevo discurso presidencial. Luego saldrá un chico nuevo". Un ser superior twittea.

17 julio 2009

L. A.: SÓLO DURO TRABAJO Y SACRIFICIO

Lance Armstrong en Twitter, al acabar la etapa de hoy:
Big surprise, had antidoping control @ the finish. Keep looking, nothing to find xcept hard work & sacrifice. Never was, never will be.

En los temibles Vosgos no se ha movido ni el Tato. No recuerdo un Tour así: queda un tercio de la carrera y los diez primeros están en apenas dos minutos. El boss va descontando los días y sus rivales no se atreven a partirle la cara.

16 julio 2009

40 AÑOS DE AQUEL PEQUEÑO PASO PARA EL HOMBRE...

POBRES DE ELLOS

Foto: Un niño enciende una vela en el lugar donde fue corneado Daniel Jimeno, víctima mortal de los Sanfermines

"Pobre de mí / pobre de mí / que se han acabado / las fiestas de San Fermín".

Pobres de ellos. Del muerto y de las decenas de heridos, algunos graves.
Pero estaban allí porque querían, ¿no?

14 julio 2009

POR QUÉ NO QUIERO QUE ARMSTRONG GANE EL TOUR



Lance Armstrong superó el infierno del cáncer y ganó el Tour de Francia siete veces consecutivas. Tengo tres libros sobre él (dos biografías autorizadas y un álbum de fotografías) que hojeo a menudo porque me encanta el ciclismo, y una pulsera amarilla de Livestrong porque me solidarizo con su lucha contra la enfermedad. Ya he escrito sobre los motivos que, en mi opinión, le animaron a descolgar la bici y regresar a la competición. No oculto que nunca ha sido santo de mi devoción, y no por nacionalismo: mi primer ídolo fue Eddy Merckx y siempre he admirado a Bartali, Coppi, Bobet, Anquetil y otros ciclistas de la edad heroica a los que no vi correr. Por lo tanto mi antipatía hacia Armstrong no se alimenta con las putadas que le ha hecho y que le va a hacer a Alberto Contador en este Tour, ya sea negociando abanicos con otros equipos o minando el ánimo de su "compañero" con declaraciones a la prensa o con mensajitos en Twitter. Entonces, ¿por qué no quiero que Armstrong gane el Tour? Porque asocio su época "medicalizada" y su imbatibilidad a la muerte del mito y de todas las formas épicas que lo engrandecen. Rodeado de grandes corredores (rivales convertidos en ayudantes a golpe de talonario), siempre bloqueó la carrera y convirtió sus victorias en julio en algo funcionarial. "En otras épocas se ponía en juego una dramaturgia cuyas dos instancias esenciales eran la inspiración sublime y el decaimiento trágico de los héroes, dramaturgia que mantenía y vivificaba el mito", escribe Marc Augé en su "Elogio de la bicicleta" (editorial Gedisa). "Como en La Iliada, los héroes más vulnerables, los héroes con un talón de Aquiles, eran los más fascinantes". Armstrong volvió de la muerte, es cierto, pero sobre el asfalto humeante del Tour fue él quien acabó con la epopeya. El americano jamás entregó una imagen doliente como los grandes campeones de antaño, como Indurain en Les Arcs, en 1996. Al contrario: ganó 7 veces, se fue a su casa, descansó tres años y ahora pretende ganar una octava como si tal cosa. Para reconstruir el mito, para que el ciclismo no pierda su parte de humanismo es necesario que este tipo se derrumbe en los Alpes, que el capítulo final de su carrera incluya la palabra "derrota".

02 julio 2009

AMNISTÍA INTERNACIONAL Y LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE

Suelo recibir correos de Amnistía Internacional. Hace años, tras un viaje a Katsina (Nigeria), publiqué un reportaje en "Blanco y Negro", el añorado suplemento dominical de ABC, sobre las mujeres nigerianas sometidas a la ley de las piedras. AI me puso en contacto con personas que ayudaban a Amina Lawal, a quien un tribunal de la sharia condenó a morir lapidada por adulterio. Ayer me enviaron un comunicado sobre Israel y los territorios palestinos ocupados. Les contesté: Gracias por informarme de vuestras actividades. En general realizáis un buen trabajo. Sólo un inciso: ETA no es un grupo armado, como dice vuestro último informe sobre "el estado de los derechos humanos en el mundo", sino una banda terrorista. Lo que hacen estos asesinos no es "una campaña de violencia", sino matar a gente inocente cobardemente y sembrar el dolor. Me gustaría que AI asumiera esto aunque sólo fuera por respeto a las víctimas.
Un portavoz me respondió enseguida: Amnistía Internacional ha condenado sistemáticamente y sin reservas la violencia de ETA contra amplios sectores de la población, y durante años le ha pedido que ponga fin de forma inmediata y permanente a su campaña de homicidios, secuestros, toma de rehenes y otros abusos graves contra los derechos humanos. Igualmente, la organización ha rechazado categóricamente cualquier argumento y objetivo que pretenda justificar estos abusos. ¡La postura de AI no deja lugar a dudas! Ahora bien, AI es una organización que opera en 150 países, no sólo en España, y que utiliza para referirse a ETA la única definición que existe de aplicación universal, emanada del derecho internacional, que es la de "grupo armado". El uso del término "grupo armado" no tiene por lo tanto ninguna connotación ideológica, y menos aún adaptada al caso de un Estado en particular. Por el momento, no existe consenso internacional sobre la definición de "terrorista".

Ochocientos muertos después, no hay forma de eliminar este lenguaje con tufo a equidistancia. Utilizar las palabras "violencia", "abusos", "homicidios", "toma de rehenes" y "grupo armado" para referirse a la vida y obra de los asesinos de ETA me parece inaceptable. En esta era de conceptos "discutidos y discutibles" podríamos decir que Miguel Ángel Blanco fue tomado como rehén y abusado por miembros de un grupo armado, y así evitarnos connotaciones ideológicas. Hay que joderse. No creo que las víctimas del terrorismo ni la mayoría de la sociedad española puedan entender este discurso, por mucho que "emane" del derecho internacional.

01 julio 2009

ESCRIBIR A DIETA

Reproduzco, por su interés, este artículo de Juan Villoro publicado el 19 de junio en el diario Reforma de México.

Hace años, en todos los periódicos trabajaba un gordo dedicado al arte de corregir la puntuación. Mientras otros sudaban en el lugar de los hechos, él leía con ojos de cazador. De tanto en tanto, chupaba un lápiz como quien prueba una golosina y tachaba un gerundio. No necesitaba consultar diccionarios porque había engordado a fuerza de adquirir palabras.
El corrector obeso era la versión extrema del periodismo sedentario. Su cuerpo expresaba autoridad. Aunque odiáramos sus enmiendas, lo veíamos como a un Buda cuyo paradójico don consistía en suprimir el adjetivo que tanto nos gustaba.
En un diario español conocí a uno de esos gordos, que además tenía el tino de apellidarse Grasa. Nadie se burlaba de él. Su nombre parecía heráldico, digno de su especialidad.
Los correctores perdieron importancia desde que la computadora prometió hacer esa tarea. El gran gordo desapareció mientras las redacciones se llenaban de gorditos.
Los reporteros se ejercitan menos; ya no persiguen las noticias a pie, sino que las buscan en las pantallas. Un oficio de flacos (recordemos al periodista famélico dibujado por Abel Quezada) se ha convertido en una tarea donde la barriga ya no es exclusividad del corrector en jefe.
Internet ha traído numerosos cambios culturales. No vamos a demonizar aquí algo bueno e inevitable, como la lluvia o el teléfono, pero es un hecho que los inventos ponen nerviosa a la gente. La fotografía anunció el fin de la pintura, el cine el fin de la fotografía, la televisión el fin del cine y la computadora el fin de la televisión. El resultado suele ser el opuesto. Cada nueva tecnología prestigia a la anterior: el plástico ennoblece al vidrio, el vidrio al bronce y el bronce a la piedra.
Las fotos polaroid, que parecieron el non plus ultra de lo moderno, acaban de desaparecer para siempre, convirtiendo a sus cultores -de Andy Warhol a David Hockney- en artistas de una edad pretérita.
Dentro de 50 años será imposible encontrar un sistema operativo para leer un CD con la información que hoy podemos grabar. En cambio, se leerán libros caligrafiados hace 2 mil años.
Internet refrendó la fuerza de la cultura de la letra. No podemos vivir sin escritura. La constelación que una vez se trazó con tinta de calamar, ahora brilla en nuestras pantallas.
Sin embargo, ante la galaxia Google, el periodismo impreso ha tenido un ataque de ansiedad. En vez de realzar sus recursos, imita los ajenos. Como la información en línea es muy solicitada, los periódicos tratan de parecer páginas web (menos letras, más imágenes, tips que simulan ser links...).
La reacción debería ser la contraria. Si en la pintura el abstraccionismo mostró lo que no puede hacer la fotografía, el periodismo impreso debería ofrecer lo que no funciona en la red: textos larguísimos para gente que conoce la calma. El periódico italiano La Reppublica es un buen ejemplo al respecto. Se lee al ritmo que impone el papel. Hace poco, uno de sus temas de portada fue la descripción de un beso. Es cierto que el autor era Orhan Pamuk, pero pocos diarios lo hubieran considerado digno de primera plana.
Lo curioso es que mientras se reduce el periodismo de investigación y se eliminan suplementos, las revistas ganan adeptos, demostrando que hay gente dispuesta a leer textos más extensos que los de las cajas de cereales.
La red se ha convertido en su propio tema: es el horizonte de los acontecimientos. En vez de acudir al lugar de los sucesos, el reportero vigila la realidad virtual. Como todos pueden llegar ahí, la competencia se basa en la homologación. El triunfo de conseguir algo único es menos decisivo que la derrota de perder lo que los demás consiguieron. La novedad tiene un criterio estándar.
Otro efecto secundario de internet es la disminución de corresponsales extranjeros. La red es una plaza sin patrias donde se intercambian datos de todas partes. Los enviados especiales se han vuelto caros y en cierta forma desconfiables: ven de manera peculiar un mundo que aspira a la norma.
Para colmo, en muchas ocasiones el reportero debe escribir un texto aplicable a varios formatos (el periódico impreso, la información en línea, el boletín de radio o televisión). Por lo tanto, ofrece una materia neutra donde los giros personales se evitan como grumos en el arroz con leche.
El periodismo sin señas de identidad permite que alguien comente: "ese texto es demasiado literario". La frase debería ser tan rara como la de un chef que dijera: "ese guiso es demasiado gastronómico". Casi siempre, la objeción se refiere a que el texto es complicado. La claridad es un requisito de la prensa (el desembarco en Normandía no se puede comunicar como un poema dadaísta), pero el miedo a la diferencia ha llevado a renunciar a los adverbios y los adjetivos.
Al alejarse de su esencia, la prensa escrita pierde lectores en todas partes. Mientras los periódicos adelgazan, los periodistas engordan.
No será por mucho tiempo. No hay vida sin historias. Nada más urgente que la crónica de un beso.