"Esto es otra Liga", dijo Pablo, crítico musical de ABC, exhausto y feliz, al acabar el concierto de AC/DC del pasado viernes en el Vicente Calderón. No tengo a Pablo por un falsario.
Eva Amaral estaba una fila más allá con un noviete que le comía la boca entre "You Shook Me All Night Long" y "Whole Lotta Rosie". Conseguí un autógrafo para mis niñas. No me imagino a la autora de "Moriría por vos" chapoteando en el lodo.
55.000 almas se corrieron una juerga de escándalo sin más pretensiones. ¿Eramos todos infantiloides y primitivos? Según Diego A. Manrique, sí.
"Ya ha pasado el circo AC/DC, ya podemos respirar mejor", vomita hoy en El País. "El grupo australiano posee una mefítica capacidad para multiplicar el número de falsarios, impostores, poseurs. Hablo de gentes cool que se apuntan para darse un baño de primitivismo, junto a los fans militantes. Y de personas de vida reglamentada que sienten la nostalgie de la boue y recuperan un incierto pasado heavy, que ahora se certifica con la compra de unas entradas caras y una camiseta que causará sensación en la próxima barbacoa de la urbanización. Conviene recordar que el rock troglodita tiene gancho interclasista. A finales de los setenta, cuando se implantaban en España, aquello rompía los esquemas del departamento de ventas de Hispavox: despachaban más copias de AC/DC en el barrio de Salamanca que en Vallecas. No sirve como indicador sociológico pero revela que los bajos instintos son universales. La estética del rock mantiene una benigna tolerancia hacia ciertos grupos que cultivan el mínimo común denominador: su aliento cazurro ayuda a equilibrar la tendencia a la pretenciosidad. Sin embargo, el fenómeno AC/DC se ha congelado en una patología infantiloide, un chiste simplón que todo el mundo se siente obligado a celebrar. (...) Su longevidad comercial parece residir en la petrificación, el ideal del encefalograma plano. (...) Más allá de las letras, consagradas a ardores de la entrepierna, la oferta escénica del grupo ha degenerado en una elemental función de variedades, con muñeca hinchable, cañonazos y pirotecnia. Como si en las antípodas el entretenimiento tuviera que ser tosco y alcohólico, combustible para mineros en desparrame de fin de semana. Y mejor no indagar en la psicología del guitarrista Angus Young, que provoca orgasmos colectivos al comportarse, década tras década, como el alumno díscolo de un colegio exclusivo...".
Perdón por mis bajos instintos, Manrique. Pero AC/DC son buenos de cojones. Otra Liga. Me gusta la voz aguardentosa de Brian, ese abuelo estibador. Me gusta el riff de Angus en "Back in Black", mi tema favorito, y su ataque de locura en "Let There Be Rock". Me gusta cuando sacan a la gorda Rosie y la campana del infierno. Y qué decir de los cañones en "For Those About to Rock (We Salute You)".
Los trogloditas también te saludamos, Manrique, pese a todo. Disfruta de "Back in Black":
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