Quedarse de rodríguez en pleno Mundial de Fútbol es una experiencia mística. Ni un ruido de niñas en casa, ni la mujer compitiendo por el mando a distancia, ni llamadas telefónicas inoportunas. La tele, la cervecita, y tú. Y si encima te regalan un monumento como el de ayer, en fin, para qué queremos más. Alemania e Italia disputaron el mejor choque no del campeonato, sino de muchos campeonatos. Un partidazo tremendo que explica por qué el fútbol es bastante más que un juego de veintidós tipos en pantalón corto persiguiendo un balón (una de las definiciones más queridas por sus detractores), por qué es capaz de congregar frente al televisor a cincuenta millones de alemanes e italianos y a cientos de millones de aficionados de todo el mundo. Nada se le puede comparar.
En efecto, el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania... salvo cuando se enfrenta a Italia en la Copa del Mundo. Alemania siempre me ha parecido un tostón insufrible, pero en este Mundial ha iniciado un plausible proceso de regeneración. No ha ganado porque no da más de sí, pero nadie podrá negar la fuerza e ilusión que derrocharon sus jugadores. A los italianos... no sé si odiarlos o amarlos. Acostumbrados a vivir en el exceso, a sacar lo mejor de sí mismos cuando caminan por el filo de la navaja, su propuesta no conoce medias tintas: o es miserable, o es eminente. La de ayer fue una obra de arte esculpida con tesón, paciencia y talento. La actitud y el juego de los Buffon, Zambrotta, Cannavaro, Grosso, Gattuso, Pirlo y Totti me recordó mucho a los de Zoff, Scirea, Tardelli, Conti y Rossi de España 82. Unos y otros me emocionaron. Hace veinticuatro años el fútbol italiano estaba inmerso en un escándalo parecido al de ahora, juego sucio, amaño de partidos... Paolo Rossi estuvo marginado dos años por un caso de apuestas fraudulentas que casi lo deja fuera del Mundial. ¿Coincidencias? Desde México 70, Italia juega una final cada doce años. Pierde, gana, pierde... ¿gana?
La solución, el domingo. Hoy, Francia-Portugal. Sigo de rodríguez.
05 julio 2006
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