Estoy acabando con gran esfuerzo (las vacaciones son agua pasada y el tiempo libre empieza a escasear) la tercera entrega de la trilogía Millennium, La reina en el palacio de las corrientes de aire, después de engullir las dos primeras cuando el verano era joven y estaba lleno de promesas. Es decir, me he apretado tres hamburguesas con queso de un tirón. Y así estoy, empachado. Antes de que los fans de Salander me crucifiquen tengo que aclarar que me encantan las hamburguesas con queso. Con patatas y Coca Cola. Pero pretender que la obra del finado Stieg Larsson es un solomillo, es decir, literatura, y que supone la resurrección del género negro es, cuanto menos, exagerado. La cosa va de un periodista y una hacker que follan mucho (entre ellos y con otros), se alimentan de sándwiches y café (a veces se dan un homenaje de Billy Pan Pizza), tienen el último modelo de iBook, compran sus muebles en Ikea e investigan en las cloacas de la (ahora lo sé) poco modélica sociedad sueca. Los buenos son muy buenos; los malos, muy malos; y los tontos (es decir, los policías), muy tontos. Entre infantiles lecciones de ética periodística, fatigosos currículums de personajes secundarios y toneladas de diálogos simplones la trama discurre lenta, como un río con infinitos meandros. El primer libro, Los hombres que no amaban a las mujeres, es el mejor de los tres, o a mí me lo parece, quizás por la novedad, porque lo leí frente al Mediterráneo o porque deduje pronto que Harriet Vanger estaba viva y me libré de la cacareada adicción que provoca la novela. El segundo, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, ya anima a una lectura en diagonal, pues todos los defectos de su predecesora se hacen aquí más evidentes: personajes-cliché, moralina del autor (que se reserva un papel editorializante), villanos que son una auténtica caricatura, polis inútiles que no hacen caso al héroe... y un aquelarre gore en el desenlace que provoca hilaridad (tremendo lo del zorro orinando junto a la tumba de Salander). El tercero es la continuación del segundo, y la traducción literal de su título original es El castillo que explotó. Llevo quinientas páginas y no pierdo la esperanza de que algo explote. Me entero por la Wiki que el autor tenía ya el manuscrito del cuarto y preparaba una serie con 10 episodios. Ni César Vidal lleva ese ritmo. Para colmo, informan que Zapatero ha visitado hoy en Estocolmo los escenarios de Millennium. En fin. Mucho me temo que llegaré al otoño masticando todavía la última hamburguesa (tamaño XXL), envidiando el olfato de Larsson (que no su salud) y, sobre todo, odiando la suerte de sus herederos. Ya me gustaría a mí producir algo parecido, aunque fuera una hamburguesita para un Happy Meal, y entretener así al personal.
P.D. Mi amiga Sandía me envía este artículo de Mario Vargas Llosa. Particularmente pienso que el autor chochea... O tal vez hemos leído libros diferentes.
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3 comentarios:
Ay, Mike, qué decirte que tú no sepas. Discutir contigo sobre las obras de Larsson sería como abrir de nuevo nuestra caja de Pandora del cine español o de Kieslowski... Ahora no tengo fuerzas, tal vez si media una sabrosa cena y buen tinto te explicaría que la saga "Millenium" es un entretenimiento para dejar vagar la vida durante unos instantes por una novela entretenida que, aunque lo niegues, engancha. Para mí, un gran betseller, aunque habrá que discutirlo...
Besotes
De acuerdo contigo sobre dos aspectos esenciales: Millennium es entretenida... y mejor discutir los detalles alrededor de una mesa bien surtida.
Bienvenida a la cruda realidad.
Bueno, por una vez acercamos nuestras posturas... Voy a pensar en el menú para surtir la mesa y organizar una fiestuqui...
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