La caza, al contrario que la tauromaquia (que también detesto), implica un importante grado de cobardía. Mirad por ejemplo al ministro de Justicia posando junto a unos ciervos de imponente cornamenta después de haberlos fusilado a traición. La foto está en la prensa del día. Me pregunto qué cazaría Bermejo si la rehala no le pusiera a tiro las piezas, si tuviera que echarse al monte y vérselas con los venados en igualdad de condiciones. El tipo se comería los mocos. El torero, al menos, se la juega en la plaza. A Bermejo se lo ponen como a Franco. En sus puestos, apunten... ¡fuego! En la montería del pasado fin de semana le acompañó el inefable juez Garzón, pero seguro que no hablaron de la oportunidad de revelar la trama de corrupción que salpica al PP madrileño, cuyos detalles han acabado inopinadamente en poder de El País, sino de los ciervos de catorce puntas que abatieron y de otros vaciles propios de los grandes depredadores.
Mientras el peor presidente y el peor gobierno de la historia de la democracia escapan vivos de la crisis económica, a los del PP se les está ponienda cara de trofeo disecado. Engolfados en sus espionajes y corruptelas, su responsabilidad en el drama de estos tiempos no se limpia con dimisiones más o menos apresuradas. Muchos de sus votantes no olvidarán cómo se borraron mientras Zapatero y sus inútiles gobernaban.
11 febrero 2009
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